Por Catón
Columna: De política y cosas peores
De política y cosas peores
2017-04-09 | 09:36:49
No, no cambies


Babalucas contrajo matrimonio. Ninguna experiencia tenía en el amor, de modo que su flamante mujercita se vio obligada a darle las instrucciones del caso. En el momento debido empezó a decirle: “Hacia adelante. Hacia atrás. Hacia adelante. Hacia atrás”. Le dijo muy molesto Babalucas: “Ya decídete, ¿no?”...
Nalguiria, la hija de don Leovigildo, fue a probar fortuna en el ambiente artístico de la capital. Tiempo después un amigo del señor le preguntó: “¿Cómo le ha ido a Nalguirita?”. “Muy bien -respondió con orgullo don Leovigildo-. Trabaja de vedette, y mañana debuta”. “¡Caramba! -se asombró el otro-. Cambia rápido ¿no?”...
La señora fue a visitar a su vecina y llevó consigo su hijita. Llegó el marido de la vecina, y de buenas a primeras la niña le preguntó: “¿Por qué mató a Julio César?”. Todos se sorprendieron, y el señor dijo: “No entiendo. ¿Por qué me preguntas eso?”. Explicó la pequeña: “Leí en un libro que Bruto mató a César, y la esposa de usted nos acaba de decir: ‘Tendrán que irse, porque no tarda en llegar el bruto de mi marido’”...
El pastor Rocko Fages organizó en su iglesia un servicio testimonial: todos los pecadores tendrían que confesar en público sus culpas y manifestar su propósito de cambiar de vida. Un hombre se puso en pie: “Hermanos: soy un borracho. ¡Pero juro que voy a cambiar!”. Todos aplaudieron, conmovidos.
Habló otro: “Hermanos: tengo el vicio del juego. ¡Pero prometo que voy a cambiar!”. Nuevos aplausos y emoción general. En eso se levantó Guari Candilla, la única prostituta que en el pueblo había. Dijo humilde: “Hermanos: ustedes saben que lo que soy. ¡Pero les juro que voy a cambiar!”.
De los hombres se levantó un coro general: “¡No cambies, Guari!”. Hubo boda en el circo: Miliño, el enanito de 70 centímetros de estatura, casó con Sansona, la giganta que medía 2 metros 10. Al mes del desposorio uno de los cirqueros le preguntó a Miliño con curiosidad morbosa: “¿Cómo te ha ido en tu matrimonio con Sansona?”.
“Muy bien -respondió el chaparrito-. Es una magnífica ama de casa. Guisa muy bien; tiene siempre limpio nuestro remolque.”. “No te hagas-se impacientó el preguntón-. ¿Cómo te ha ido en la cuestión del sexo?”. “Mal” -confesó tristemente Miliño. “¿Por qué?” -quiso saber el otro.
“Te diré -contestó el pequeño personaje-. Cuando estamos nariz con nariz, mis pies quedan ahí donde te platiqué. Cuando estamos pies con pies, mi nariz queda ahí donde te platiqué. Y cuando estoy donde te platiqué me suceden dos cosas: los pies se me enfrían y no tengo con quién platicar”...
Lord Hornblow era más sordo que una tapia. Cierto día estaba con su hijo en un restaurante londinense cuando llegaron dos viajeros, el uno joven, de edad madura el otro, y ocuparon la mesa vecina. El de menor edad le preguntó al otro: “¿Ya había estado usted en Londres, Mr. Pickety?”.
“¿Que si he estado aquí? -rió el otro-. Conozco esta ciudad como la palma de mi mano. Aquí fui guardia real. ¡Qué tiempos! Conocí a una dama de la no¬bleza, lady Hotlips. ¡Qué mujer! Hembra más ardiente no he conocido nunca. Se prendó de mí.
Todos los días me recibía en su alcoba, o si no ella me visitaba por la noche en la pensión donde vivía. Aún recuerdo el lunar que tenía en el cuello, y aquella manchita roja, que tanto me gustaba, en el brazo izquierdo”.
Lord Hornblow alcanzó a entender que el viajero estaba contando algo muy interesante, pues todos los presentes habían dejado sus conversaciones para seguir el relato con atención. Le preguntó ansiosamente a su hijo: “¿Qué dice? ¿Qué dice?”. Le gritó el muchacho en la oreja: “¡Dice que conoció a mamá!”... FIN.

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