Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Los amores y las risas
2016-08-14 | 09:59:13
Don Languidio Pitocáido, señor de edad madura, no tenía ya molinillo para batir el chocolate, si mis cuatro lectores me entienden. Eso lo desazonaba grandemente, pues compartía la tesis de Mencken, que decía: “Hay cuatro razones para vivir la vida. La primera es el sexo. Las otras tres no las recuerdo ya”.

Cierto día Pitocáido conoció a una linda chica que avivó en él la última pavesa que aún ardía, vacilante, en las cenizas de sus pasadas glorias. Los turgentes encantos de la muchacha, la fruta fresca de su juventud, hicieron que don Languidio pasara en cuestión de minutos de neneque a terete, tanto que pudo hacer obra de varón en la gustosa ninfa.

Y bien que cumplió su compromiso, porque puso en práctica destrezas de alcoba que nada más los años pueden dar. “Sapientia melior auro”, decían los latinos. La sabiduría es mejor que la riqueza. (Se admiten opiniones en contrario). Quedó la joven fémina ahíta y satisfecha.

Su sabidor galán la llevó con experta lentitud al culmen del deliquio mejor que cualquier muchachillo de esos que a veces acaban antes de empezar. El intenso trance, sin embargo, dejó a don Languidio desmadejado y laso. Le dijo, extática, la ávida fémina: “¡Esto me encantó! ¿Cuándo lo repetimos?”.

Respondió Pitocáido con voz feble: “Tú dime el día y la hora, linda, y yo te diré el año”. El padre Arsilio llevaba horas ejerciendo el apostolado de la nalga. Así se llama en el argot del clero el sacramento de la reconciliación. Llegó a confesarse doña Trisagia, la beata más beata de la parroquia.

El buen sacerdote, cansado ya, le dijo impaciente: “Todos los días vienes a confesar nimiedades. Retírate, a menos que hayas cometido adulterio”. Salió Trisagia, y en el atrio se topó con su amiga Querubina. Le advirtió: “Si vienes a confesarte ni entres. El padre está admitiendo hoy únicamente a las adúlteras”. Doña Macalota le contó a una amiga: “Mi marido no sabe beber ni jugar póquer”. “¡Qué bendición!” -exclamó la otra. Contestó doña Macalota: “Lo sería si no bebiera ni jugara póquer”. Meñico Maldotado, infeliz joven con quien la naturaleza se mostró ávara en la parte correspondiente a la entrepierna, sufría mucho por causa de su cortedad. Un día caminaba por la playa, y las olas arrojaron a sus pies una lámpara de forma extraña. La frotó para quitarle la arena que la cubría y ¡wham! de la lámpara surgió entre nubes un genio del oriente.

Le dijo al sorprendido Maldotado: “Me has liberado de mi prisión de siglos. En recompensa te cumpliré dos deseos”. Opuso Maldotado: “Según la tradición deben ser tres”. “Es cierto -reconoció el genio-, pero con esto de la crisis se han reducido a dos”. “Qué le vamos a hacer -suspiró Meñico-. Yo pertenecí a una ONG que protestaba contra la inflación, pero renuncié porque subieron las cuotas. En fin: mi primer deseo es que me alargues mi atributo masculino.

Lo tengo tan exiguo que una vez le dije a una dama: ‘Un centímetro más y podría ser tu amante’, y ella me respondió: ‘Y un centímetro menos y podrías ser mi amiga’. Elonga, pues, mi pequeñez, y mi agradecimiento será proporcional a tu generosidad”. El genio puso en práctica sus poderes, y de inmediato la menguada parte empezó a crecer. Mas sucedió que en los siguientes días siguió creciendo, tanto que ahora Meñico se tropezaba al caminar. Frotó otra vez la lámpara, y acudió el genio. Antes de que Maldotado pudiera hablar le dijo: “Ya sé cuál es tu segundo deseo: me has llamado para pedirme que ahora te acorte esa parte”. “No -replicó Meñico-. Te he llamado para pedirte que ahora me alargues las piernas”. FIN.

MIRADOR
›armando fuentes aguirre

Historias de la creación del mundo

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MANGANITAS ›por afa
“ Un tipo fue a la farmacia a comprar un supositorio”. “Quiero ese” -pidió el señor. “Perdone -le dijo al cliente, apenado, el dependiente-. Ese es el extinguidor

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