Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
Plaza de almas
2016-08-02 | 10:33:08
“Estoy embarazada”. Así me dijo. Yo era estudiante entonces. Cursaba el cuarto semestre de la carrera. Ella estaba un semestre más abajo. Teníamos de novios desde la prepa, aunque, la verdad, yo a veces me aburría. Salía con otras, y la dejaba de ver por algún tiempo. Pero siempre volvía con ella. Me gustaba. Una noche fuimos a una fiesta. Cuando la llevé a su casa me dijo: “No está el coche de mi mamá. Si quieres pasar pasa”. Yo me había tomado unas copas, así que se me hizo fácil. Entramos y nos sentamos en el sillón de la sala con la luz apagada. Ahí empezó la cosa. Ya andábamos bien entrados cuando sonó el teléfono. Era su mamá. Le dijo que estaba en la casa de otra hija que tiene, casada, y que se iba a quedar con ella porque estaba enferma y le daba pendiente dejarla sola. Que ya no la esperara, que se fuera a acostar. Y se fue a acostar. Conmigo. Pasaron unas semanas, y entonces fue cuando me dijo: “Estoy embarazada”. Nomás lo hicimos una vez, pero con eso hubo. Qué puntería ¿verdad, señor? Y no estoy presumiendo, créame; lo que pasa es que así sucede. Hay parejas de casados que se pasan años queriendo tener un hijo y nada, y acá su servidor con una sola vez ya estuvo. Parece cosa adrede, pero así es. Los que quieran tener hijos deben hacer aquello antes de casarse. Así no falla. “¿Y ahora qué? -me dijo muy enojada su mamá-. ¿Le vas a cumplir a mi hija o no?”. Yo le dije que sí, que me iba a casar. Y me casé. No me arrepiento. Dejé los estudios, claro. Mi suegra me consiguió este coche y me metí a taxista. Y viera que no me ha ido mal: tres, cuatrocientos pesos cada día. ¿Dónde más puede uno sacar eso? Empiezo a las 6 de la mañana y pa’ las 3 de la tarde ya acabé. La tarde me la paso con mi hijo. En mi casa lo adoran porque es el vivo retrato de mi papá. Parece más hijo de él que mío. Lo único que tiene de mí son las manotas, grandes. Manos de hombre. Dice mi padre que las mujeres deben tener las manos chiquitas, pa’ que todo lo que agarren de su marido se les haga grande. Como el dinero, no sea usted mal pensado. Bueno, señor, ya llegamos. Son 100 pesos”. Breve ha sido el trayecto entre el hotel y el aeropuerto. Tan breve que en él cupo una vida. De muchas vidas se entera uno en la legua. Cuando la gente sabe que no te volverá a ver te cuenta sus cosas. Yo a nadie le cuento mi historia, aun sabiendo que no lo volveré a ver. Algunas de mis historias podrán ser interesantes, pero mi historia no lo es. ¿Para qué contarla? En el avión voy recordando la historia del muchacho. Es una historia vulgar, lo cual quiere decir que es una historia maravillosa, única. Es pan de cada día, y el pan de cada día es prodigioso. Lo malo es que nos hemos acostumbrado tanto a los prodigios que ya no los vemos. Con historias como ésta no
se pueden hacer telenovelas; pero de historias así está hecho el mundo. En todos los tiempos y en todos los países hay chicos y chicas que fueron a una fiesta y luego... Lo que estoy necesitando ahora es un nombre para la historia que acabo de contar. Después de considerar el hilo de los acontecimientos -la casa sola, la invitación a pasar, la mamá oportunamente ausente toda la noche- se me ocurre ponerle a este relato el mismo nombre que lleva una canción de Frank Sinatra. Esa canción se llama “The Tender Tramp”. La tierna trampa. FIN


MIRADOR ›armando fuentes aguirre
Llegó sin previa cita y declaró: -Soy el número uno. Yo no me sorprendí. Quienes creen ser el número uno piensan que no necesitan hacer cita. Llegan cuando les da la gana. Para eso son el número uno. Me preguntó: -¿Sabes dónde está el número dos? -Acaba de salir -le contesté-. Llegó, también sin previa cita, y me dijo que él es el número uno. ¿Está usted seguro de ser el número uno? ¿No será el número dos? -¿Cómo puedes pensar eso? -se indignó-. Siempre he sido el número uno. -Lo mismo me dijo el dos -repliqué yo. El número uno se retiró enojado. Ahora no sé si el número uno era el número dos y el número dos era el número uno. Quizá ninguno de ellos era el número uno. Quizá nadie es el número uno. Eso estaría muy bien. El mundo andaría mejor si nadie se creyera el número uno. ¡Hasta mañana!...
MANGANITAS ›por afa
“Una señora compró una cama de agua”. Me enteré después, por cierto, de que su esposo ya no, y la señora llamó a aquella cama “el Mar Muerto”.

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