Por Catón
Columna: De política y cosas peores
El muñequito de sololoy
2014-02-13 | 09:04:40
“Mi vida matrimonial es aburrida en el renglón del sexo”. Así le dijo Impericio a un amigo a quien juzgaba experto en ese tema. “Deberías tener una aventura extraconyugal –le sugirió el falso experto-. Esa experiencia quizá te ayudará a dar más interés a la relación con tu esposa”. “No –rechazó Impericio-. Mi mujer podría enterarse, y eso daría al traste con mi matrimonio”.

“Dile que vas a tener esa aventura, y para qué –le aconsejó el amigo-. Seguramente ella entenderá”. Impericio siguió el consejo. Le dijo a su mujer: “Quiero avisarte que me propongo tener una aventura extraconyugal a fin de darle mayor interés a nuestra vida íntima”. “¡Nah! –exclamó la señora con desdeñoso acento-. Yo ya probé eso varias veces, y no da resultado”…

Mañana saldrá aquí “El Chiste más Pelado en lo que va del Año”. No se lo pierdan mis cuatro lectores...

En los años que corren -¡y cómo corren los canallas!- habrá pocos que recuerden la palabra “sololoy”. Proviene de la voz inglesa “celluloid”, el material de que están hechas las pelotas de ping-pong. Antes se usaba en la fabricación de muñecas. La expresión “muñequito de sololoy” era aplicada al hombre frágil, delicado, sin consistencia ni personalidad.

Pues bien: muchos quisieron ver en Enrique Peña Nieto un muñequito de sololoy. Sobre todo después de los incidentes de la FIL de Guadalajara y de la Ibero pensaron que era simplemente una cara bonita, un producto de la televisión.

Cuál no sería su sorpresa –inédita expresión- cuando vieron que aquél a quien no concedían mérito alguno emprendió y llevó a cabo una serie de reformas de gran calado cuya realización se habría juzgado imposible hasta hace poco, y que “el muñequito de sololoy” consumó en el término de sólo un año.

Desde luego esas reformas, especialmente la fiscal, le han atraído malquerencias. Su índice de popularidad, según entiendo, es hoy por hoy el más bajo que ha tenido un mandatario mexicano en los últimos tiempos (de Acamapixtli para acá). Pero también entiendo que la misión de un presidente no es ganar concursos de popularidad, sino poner a su país en el camino de la superación.

Esperemos que los cambios conseguidos por Peña Nieto redunden lo antes posible en bien para los mexicanos, especialmente para los más pobres, cuyas inhumanas condiciones de vida deben ser una carga moral para los gobernantes y para toda la comunidad. Por lo pronto, ya nadie habla del muñequito de sololoy…

Birjano era hombre dado al juego. Su afición –digo mejor: su vicio- llegaba a los extremos. Por dinero jugaba a todo: al póquer, a la ruleta, a los caballos. Su esposa se desesperaba. Le decía con gemebundo acento: “Ese hábito funesto te llevará a la ruina”. Y respondía él con firmeza: “Te apuesto 5 mil pesos a que no”.

El poeta y filósofo Li Fong solía reprobar con acrimonia a los jugadores. Postulaba: “Si juegas sabiendo que vas a ganar eres un pillo. Si juegas sabiendo que vas a perder eres un tonto. Y si juegas sin saber si vas a ganar o a perder tienes algo de los dos”. Desde luego Li Fong era muy dado a la embriaguez, pero no por eso debemos hacer a un lado sus palabras.

El gran liróforo decía además que el juego es bastante aburrido. “Hay modos más entretenidos de perder dinero” –señalaba. Y ponía como ejemplos la agricultura y el trato con cierto tipo de mujeres. Advierto, sin embargo, que me estoy apartando del relato. Vuelvo a él.

Una noche Birjano soñó que veía dibujado sobre el cielo un gran número 7. Se despertó, y el reloj marcaba las 7 de la mañana. Al ver el periódico se percató de que era el día 7 de julio, el séptimo mes del año. Con el número 7 en la cabeza Birjano fue al hipódromo, como hacía cotidianamente, y se dio cuenta de que en la séptima carrera corrían siete caballos.

Le apostó todo el dinero que tenía al caballo número 7. Y funcionó la cábala: el caballo llegó en séptimo lugar. ¡Ah, hados adversos! (¿Qué parentesco habrá entre los hados y las hadas?).

Viene a mi mente la edificante cuarteta que aprendí en mi infancia y que no he aplicado nunca: “De la suerte nunca esperes / ni dinero ni ventura. / Trabaja, niño, si quieres, / ser dueño de una fortuna”…

Dijo el guía en el autobús de turistas: “Acabamos de dejar atrás el sector pecaminoso de la ciudad”. Preguntó uno, desolado: “¿Por qué?”… FIN.

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