Don Cornulio habló con su mujer: “Me dicen que me estás engañando con un radioaficionado”. Contestó la señora: “Negativo. Cambio y fuera”.
Un vagabundo halló en la calle una cartera llena de billetes. Se compró ropa y calzado finos; comió a sus anchas en elegante restorán y salió fumando un puro.
En una esquina vio a una chica del talón cuyos notorios atributos delanteros y traseros fueron causa de que el hombre sintiera en la entrepierna una inusitada conmoción.
Preguntó el vagabundo dirigiéndose a la susodicha parte: “¿Y ‘ora tú? ¿Cómo sabes que traigo dinero?”.
La joven esposa le comentó a su marido: “La vecina del 14 ha de usar calzones espiritistas”. “¿Calzones espiritistas? -se desconcertó el muchacho-. No entiendo”. Explicó la esposa: “Es que cree que tiene unas pompas del otro mundo”.
Mientras Enrique Peña Nieto ande libre y campante, con o sin peluca, únicamente los incondicionales feligreses de AMLO le creerán al tabasqueño sus cotidianos y repetitivos discursos acerca de la lucha contra la corrupción y la impunidad.
Se ha especulado mucho acerca de un pacto de mutuo beneficio que habrían hecho el anterior Presidente y el actual. Peña habría aportado un dejar hacer, y López Obrador un dejar pasar. Naturalmente es imposible probar la existencia de ese acuerdo, pero los hechos muestran que el nuevo mandatario, que ha enderezado fuertes baterías sobre gente cercana a su antecesor, hace como que le habló la Virgen cuando se trata de los evidentes y rampantes actos de corrupción atribuidos a Peña Nieto. Se pone de manifiesto aquí el doble discurso de AMLO, la falta de coherencia en sus dichos y de integridad en sus hechos.
Se antoja increíble que ante contradicciones tan flagrantes como ésta, ante omisiones tan claras, el Presidente siga conservando el alto índice de popularidad que tiene en el pueblo mexicano. Esperemos que no se cumpla en nuestro caso el ominoso apotegma de los clásicos según el cual los dioses ciegan a los que quieren perder.
El padre Arsilio se topó con Astatrasio, el borrachín del pueblo, que en ese momento iba saliendo de la pulquería “Las glorias de Lindbergh”.
Le dijo con lamentoso acento: “¡Cómo me duele, hijo, verte salir de ese lugar!”. “No hay problema, padrecito -farfulló el temulento-. ¡Me vuelvo a meter!”. La noche de las bodas el recién casado supo sin lugar a dudas que su noviecita no tenía nada en qué sentarse. Quiero decir que por la parte posterior era tábula rasa, más lisa y plana que la superficie de una mesa de billar. Le indicó terminante: “Cuando regresemos de la luna de miel irás todos los días a la tortillería”. “¿A la tortillería? -se sorprendió ella-. ¿Para qué?”. Le explicó el desposado: “Para que hagas cola”. El jefe de personal le informó al solicitante: “El sueldo es según aptitudes”. “Ah no -rechazó el tipo-. Con eso no me alcanza para vivir”.
En el consultorio del doctor Ken Hosanna la curvilínea chica terminó de vestirse. Le dijo al facultativo: “Lo encuentro bien, doctor. ¿Cuándo quiere la próxima visita?”. La señorita Peripalda, catequista, estaba desolada. Relató: “Puse un aviso en la puerta del templo parroquial solicitando socias para la Congregación de Vicentinas.
El mismo día se inscribieron mil.
Pero es que pensaron que se trataba de un club de admiradoras de Vicente Fernández”. En el baño de vapor los señores hablaban de sus preferencias en cuestión de lencería femenina. Dijo uno: A mí esa ropa íntima me gusta blanca”.
Declaró otro: “Yo la prefiero en negro”. Manifestó un tercero: “A mí me encanta de color rojo con aplicaciones de encaje en tono gris”. “¡Ah! -exclamó el cuarto-. ¡Entonces tú debes ser el marido de Chupita!”. FIN.
MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE
Esté medico atiende a los pacientes de un dispensario de la beneficencia pública en el barrio de Peralvillo de la Ciudad de México. Quienes acuden a él padecen enfermedades venéreas, y el médico les administra los precarios remedios de su tiempo, los mediados del pasado siglo: yodoformo, éter y el llamado Neosalvarsán.
El doctor tiene una enfermera asistente que se llama Pachita, y un pasante de Medicina que ahí hace sus prácticas. Con el estudiante el médico habla de literatura, pues el muchacho aspira a escribir una novela; a Pachita la escucha hablar de las minucias de su casa, de los chismes del vecindario, de los artistas de moda.
Este médico estuvo en la Revolución. “Anduve con los otros -dice-, no con éstos”. ‘”Éstos’ -contaría después aquel pasante- eran los triunfadores vía Carranza-Obregón-Calles. ‘Los otros’ eran los suyos. Los villistas”.
Este médico es Mariano Azuela, uno de los más grandes escritores mexicanos del pasado siglo. Sus obras se tradujeron a medio centenar de idiomas. Y ahí está, en un dispensario público de barrio, con un salario miserable, curando enfermedades venéreas con éter, yodoformo y Neosalvarsán.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS.
Por AFA.
“. Se reúnen en México los ganadores del Premio Nobel de la Paz.”.
Cosa de poca fortuna
me está pareciendo a mí
que se reúnan aquí
donde casi no hay ninguna.
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