Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Crisis matrimonial
2019-07-06 | 09:00:23

Doña Jodoncia y su esposo don Martiriano fueron a un día de campo. De pronto oyeron palabras amorosas. Dijo doña Jodoncia: “Son un muchacho y su novia. Por lo que he oído parece que el joven está a punto de pedirle a la chica que se case con él. Tose para que el muchacho sepa que estamos aquí”. “¡Ah no! -protestó don Martiriano-. ¡A mí nadie me tosió!”. La señora le preguntó a su marido: “¿Recuerdas que hace unos meses me dijiste que ibas con tus amigos a pescar truchas aquel fin de semana?”. “Sí -respondió algo nervioso el tipo-. ¿Por qué me lo preguntas?”. Bufó la señora: “¡Tu trucha te llamó por teléfono para decirte que está embarazada!”.


Don Chinguetas salió de su casa rumbo a la oficina, pero se dio cuenta de que había olvidado su celular. Regresó a su casa y subió a la recámara por él.


Al pasar frente al baño vio a doña Macalota, su esposa, que estaba sin nada de ropa pesándose en la báscula. “¿Cuánto hoy, nena?” -le preguntó al tiempo que le daba una palmadita en una nalga. “Lo de siempre -respondió ella sin volver la vista-. Dos garrafones grandes”.


La institución llamada matrimonio parece estar en vías de extinción. Un cierto amigo mío tiene una extraña teoría acerca de eso. Dice que la crisis de la institución matrimonial se debe al instinto de conservación del planeta, que se vale de recursos como ése -la desaparición del matrimonio- para hacer que ya no crezca tanto la población del mundo.


En efecto, las parejas casadas tienden a ser más prolíficas que las que no están unidas por ese vínculo. Debido a lo mismo, opina mi amigo, están creciendo en número los matrimonios entre personas del mismo sexo.


“Es otro truco de la Tierra -afirma- para evitar que siga proliferando esa nociva plaga que somos los humanos”. La teoría de mi amigo es muy aventurada, ciertamente, pero también la de Malthus fue considerada así, y el tiempo le está dando la razón. Sin embargo debemos decir como el señor cura a quien otro le preguntó si alguna vez la Iglesia permitiría que los sacerdotes se casaran: “¡Uh, padre! -suspiró el curita-. ¡Eso lo verán nuestros hijos!”.El anciano médico de la familia iba a examinar a Dulcilí.


“A ver, hija -le pidió en tono paternal-. Enséñame esa partecita que a ustedes las mujeres las mete en tantos problemas”. Dulcilí, confusa, empezó a desvestirse. “¿Qué haces, muchacha? -la detuvo el doctor-. Lo único que quiero verte es la lengua”... El hotel para recién casados ofreció un coctel de bienvenida a las novias. No asistió ninguna. El gerente le preguntó al encargado: “¿Le hiciste publicidad al coctel?”. “Y mucha -repuso el individuo-. En la pared de cada cuarto les puse a las novias un cartel de invitación”. “¡Pendejo! -se enojó el gerente-. ¡Ahí no lo vieron! ¡Se los hubieras puesto en el techo!”. Doña Pasita comentó: “Mi marido tiene 80 años, pero en la cama se porta como un animal salvaje”. “¿De veras?” -se asombraron sus amigas. “Sí -confirmó ella-. Se hace pipí en las sábanas para marcar su territorio”. A media noche llegaron unos novios con el juez del condado y le pidieron una licencia de matrimonio. El hombre, adormilado, les entregó una y respondió a la pregunta del ansioso novio, que quería saber si cerca había algún hotel. Poco después el casamentero se dio cuenta, azorado, de que en vez de una licencia de matrimonio les había dado una de pesca. Se apresuró a ir al hotel y les gritó a través de la puerta de la habitación: “¡Suspendan todo! ¡La licencia que les di no es de matrimonio! ¡Es de pesca!”. “Demasiado tarde -replicó el novio-. Ya estamos bien pescados”. FIN.


MIRADOR.


Por Armando FUENTES AGUIRRE.


La novia del marino encendió una lámpara en la ventana de su casa para guiar al hombre amado en su travesía nocturna.


Vino la tempestad, y el viento apagó la tenuel luz. Todas las lámparas del puerto se apagaron con el furor de la tormenta. La muchacha, entonces, se puso en la ventana con el corazón lleno de angustia. Sus ojos, agrandados por el amor, trataban de ver en la sombría inmensidad.


Muchos marinos perecieron aquella noche. Sin una luz que les mostrara la segura orilla estrellaron sus barcas en las rocas. El novio de la muchacha, en cambio, llegó con bien al caserío.


-¿Cómo pudiste hallar el puerto? -le preguntaba ella abrazándolo en éxtasis de felicidad-. La lámpara que encendí en la ventana se apagó.


-¿Se apagó? -dijo asombrado el marinero mirando los ojos de su amada-. En tu ventana vi dos lámparas.


¡Hasta mañana!...


MANGANITAS.


Por AFA.


“. Se llegará a la inflación de un solo dígito, anuncian fuentes oficiales.”.


El anuncio no es audaz:


desde que fue concebido


este país se ha movido


con un dígito nomás.

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