Una linda azafata de aviación le contó a su compañera: “Anoche salí con un piloto veterano. Tiene muchas horas de vuelo, pero conmigo no pudo ganar altura”...
Doña Macalota le reclamó a su esposo don Chinguetas: “Anoche hablaste dormido, y me llenaste de maldiciones”. Repuso don Chinguetas: “¿Quién te dijo que estaba dormido?”...
Troglo, hombre de la Edad de Piedra, pintó en la pared de la gruta un mamut con ocho pares de colmillos. Su mujer le dijo: “No hay mamut que tenga ocho pares de colmillos”. “Ya lo sé -respondió Troglo con una gran sonrisa-. Pero voy a volver locos a los paleontólogos”...
Los caníbales tenían ya al explorador en la olla en que lo iban a cocer. Dentro del recipiente con agua habían puesto chiles, cebollas, jitomates, rábanos, zanahorias, nabos, betabeles, papas, repollos, coliflores y calabazas. El cocinero le pidió al asustado explorador: “Hágame el favor de voltearse. Las verduras no son para el caldo: son para el relleno”...
Omsimoy Yos, autor de “Sadajed Nepsai Porpsim”, el gran clásico de la politología eslava del siglo XIX, acuñó el conocido apotegma según el cual “A mayor dosis de poder, mayor posibilidad de usarlo mal”.
Lo cito a falta de autores más modernos, pues a ninguno de ellos he leído y no puedo por tanto mencionar sus nombres -name-dropping- para dar más autoridad a mis escritos y mayor lustre académico e intelectual a mi persona.
Una cosa sí puedo sugerir. A López Obrador se le podría llamar con el nombre religioso de “El Señor del Gran Poder”. En efecto, ningún personaje de nuestra vida pública moderna -quizá con excepción de Lázaro Cárdenas- ha tenido tanto poder como él.
Treinta millones de votos, un Congreso que de seguro le será incondicional, más la propiedad absoluta de un partido inmensamente rico hacen de AMLO una figura incontrastable, con facultades omnímodas para hacer y deshacer.
En ese contexto tanto él como la Nación requerirán de una crítica honesta y objetiva que supla la falta de frenos y contrapesos, elementos indispensables en toda sociedad democrática.
La nuestra lo es -de ahí que el tabasqueño esté donde ahora está-, y si el virtual presidente electo, principal beneficiario de esa democracia, quiere que México siga siendo un país democrático deberá aceptar la crítica, la pluralidad de opiniones y la disidencia, en vez de considerar -como están haciendo desde ahora sus apóstoles- que las voces que censuran algunos de sus actos provienen de gente estúpida movida por oscuros intereses o por la pura gana de joder.
Ayuda más a un gobernante un crítico bien intencionado que un sistemático Yes man. De cara al próximo gobierno fortalezcamos nuestra postura crítica y vigilante de ciudadanos. Tal es el mejor servicio que podemos hacer a la República, y aun al mismo López Obrador.
Picio era más feo que el pecado. Que un pecado feo, se entiende, pues hay algunos muy bonitos. Cayó en amores con una linda chica y le propuso matrimonio. Un amigo le preguntó después muy interesado: “Y ¿qué respondió ella? ¿Sí o no?”. “Ni una cosa ni la otra -suspiró Picio con tristeza-. Respondió: ‘¡Guácala!”’...
El dueño de la hamburguesería de pueblo anunció con orgullo que había vendido su hamburguesa número 10 mil. El reportero del periódico local fue a entrevistarlo. Le preguntó. “¿De modo que vendió ya 10 mil hamburguesas?”. “Sí -contestó el tipo-. Voy a tener que comprar otra vaca”...
El odontólogo le dijo a su amiguita: “No podemos seguir viéndonos en mi consultorio”. “¿Por qué? -preguntó ella-. Mi marido no sospecha nada”. “Es cierto -admitió el facultativo-. Pero ya nada más te queda un diente”. FIN.
Una linda azafata de aviación le contó a su compañera: “Anoche salí con un piloto veterano. Tiene muchas horas de vuelo, pero conmigo no pudo ganar altura”...
Doña Macalota le reclamó a su esposo don Chinguetas: “Anoche hablaste dormido, y me llenaste de maldiciones”. Repuso don Chinguetas: “¿Quién te dijo que estaba dormido?”...
Troglo, hombre de la Edad de Piedra, pintó en la pared de la gruta un mamut con ocho pares de colmillos. Su mujer le dijo: “No hay mamut que tenga ocho pares de colmillos”. “Ya lo sé -respondió Troglo con una gran sonrisa-. Pero voy a volver locos a los paleontólogos”...
Los caníbales tenían ya al explorador en la olla en que lo iban a cocer. Dentro del recipiente con agua habían puesto chiles, cebollas, jitomates, rábanos, zanahorias, nabos, betabeles, papas, repollos, coliflores y calabazas. El cocinero le pidió al asustado explorador: “Hágame el favor de voltearse. Las verduras no son para el caldo: son para el relleno”...
Omsimoy Yos, autor de “Sadajed Nepsai Porpsim”, el gran clásico de la politología eslava del siglo XIX, acuñó el conocido apotegma según el cual “A mayor dosis de poder, mayor posibilidad de usarlo mal”.
Lo cito a falta de autores más modernos, pues a ninguno de ellos he leído y no puedo por tanto mencionar sus nombres -name-dropping- para dar más autoridad a mis escritos y mayor lustre académico e intelectual a mi persona.
Una cosa sí puedo sugerir. A López Obrador se le podría llamar con el nombre religioso de “El Señor del Gran Poder”. En efecto, ningún personaje de nuestra vida pública moderna -quizá con excepción de Lázaro Cárdenas- ha tenido tanto poder como él.
Treinta millones de votos, un Congreso que de seguro le será incondicional, más la propiedad absoluta de un partido inmensamente rico hacen de AMLO una figura incontrastable, con facultades omnímodas para hacer y deshacer.
En ese contexto tanto él como la Nación requerirán de una crítica honesta y objetiva que supla la falta de frenos y contrapesos, elementos indispensables en toda sociedad democrática.
La nuestra lo es -de ahí que el tabasqueño esté donde ahora está-, y si el virtual presidente electo, principal beneficiario de esa democracia, quiere que México siga siendo un país democrático deberá aceptar la crítica, la pluralidad de opiniones y la disidencia, en vez de considerar -como están haciendo desde ahora sus apóstoles- que las voces que censuran algunos de sus actos provienen de gente estúpida movida por oscuros intereses o por la pura gana de joder.
Ayuda más a un gobernante un crítico bien intencionado que un sistemático Yes man. De cara al próximo gobierno fortalezcamos nuestra postura crítica y vigilante de ciudadanos. Tal es el mejor servicio que podemos hacer a la República, y aun al mismo López Obrador.
Picio era más feo que el pecado. Que un pecado feo, se entiende, pues hay algunos muy bonitos. Cayó en amores con una linda chica y le propuso matrimonio. Un amigo le preguntó después muy interesado: “Y ¿qué respondió ella? ¿Sí o no?”. “Ni una cosa ni la otra -suspiró Picio con tristeza-. Respondió: ‘¡Guácala!”’...
El dueño de la hamburguesería de pueblo anunció con orgullo que había vendido su hamburguesa número 10 mil. El reportero del periódico local fue a entrevistarlo. Le preguntó. “¿De modo que vendió ya 10 mil hamburguesas?”. “Sí -contestó el tipo-. Voy a tener que comprar otra vaca”...
El odontólogo le dijo a su amiguita: “No podemos seguir viéndonos en mi consultorio”. “¿Por qué? -preguntó ella-. Mi marido no sospecha nada”. “Es cierto -admitió el facultativo-. Pero ya nada más te queda un diente”. FIN.
mirador
armando fuentes aguirre
El buen Padre Ripalda enunció en su olvidado catecismo las obras de misericordia.
Entre ellas puso visitar a los presos y a los enfermos.
Me habría gustado que hubiera puesto también: “Visitar al que está solo”.
El hombre o la mujer que sufren soledad son con frecuencia presos de sí mismos, y muchas veces están enfermos de aflicción.
“Llórate pobre -dice la sentencia popular-, pero no te llores solo”.
La soledad, en efecto, es una de las más tristes formas que asume la pobreza.
La caridad no nos pide que sanemos al enfermo, o que pongamos en libertad al preso. Nos pide nada más que los visitemos; es decir que les demos un rato de nuestro tiempo, unos minutos de nosotros mismos.
Tampoco el amor nos demanda que pongamos remedio a la soledad del solitario. Nos pide solamente que lo acompañemos un poco y que tratemos de aliviar algo su tristeza, su aflicción.
Visitemos al que está solo. Alguna vez nosotros lo estaremos, y alguien nos devolverá la visita.
¡Hasta mañana!...
manganitas
por afa
“...Plaga de ratas en la Ciudad de México...”
Preguntan algunos críticos,
según ayer me enteré,
si la dicha plaga es de
roedores o políticos.
irador
armando fuentes aguirre
El buen Padre Ripalda enunció en su olvidado catecismo las obras de misericordia.
Entre ellas puso visitar a los presos y a los enfermos.
Me habría gustado que hubiera puesto también: “Visitar al que está solo”.
El hombre o la mujer que sufren soledad son con frecuencia presos de sí mismos, y muchas veces están enfermos de aflicción.
“Llórate pobre -dice la sentencia popular-, pero no te llores solo”.
La soledad, en efecto, es una de las más tristes formas que asume la pobreza.
La caridad no nos pide que sanemos al enfermo, o que pongamos en libertad al preso. Nos pide nada más que los visitemos; es decir que les demos un rato de nuestro tiempo, unos minutos de nosotros mismos.
Tampoco el amor nos demanda que pongamos remedio a la soledad del solitario. Nos pide solamente que lo acompañemos un poco y que tratemos de aliviar algo su tristeza, su aflicción.
Visitemos al que está solo. Alguna vez nosotros lo estaremos, y alguien nos devolverá la visita.
¡Hasta mañana!...
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Preguntan algunos críticos,
según ayer me enteré,
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