Himenia Camafría, madura señorita soltera, conoció en una fiesta a cierto médico joven y de buenas prendas físicas. Le dijo con un mohín de coquetería: “Compadézcase de mí, doctor. Sufro de sinusitis”. Respondió el guapo facultativo: “No advierto en usted ninguno de los síntomas de la sinusitis”. “Sí, doctor -insistió ella-. Soy célibe y doncella. Estoy sin-usitis”...
Doña Gordoloba, nueva rica, hacía alarde ante sus amigas de la fortuna de su marido, ahí presente. Les dijo con orgullo: “Mi viejo me compró un departamento de lujo en una ciudad de la Flórida”. Así dijo la vanidosa mujer: “la Flórida”. Le preguntó, irónica, una de las presentes: “Y ¿en qué ciudad de ‘la Flórida’ está el departamento?”. Replicó doña Gordoloba: “En Kote”. Su esposo la corrigió: “Tampa, mujer; Tampa”. (No le entendí)...
Los recién casados entraron en la suite nupcial. Exclamó, feliz, la novia: “¡Al fin solos!”. Y dijo con enojo el impaciente galán: “Tenemos tres años de novios. La fiesta de la boda duró siete horas. Tardamos cinco en llegar aquí. ¿Y todavía te pones a platicar?”...
El famoso astrónomo regresó a su casa después de un viaje. Al entrar en su recámara vio a su esposa en apasionado trance erótico con dos sujetos jóvenes y musculosos que tenían un extraordinario parecido entre sí. El astrónomo profirió indignado: “¿Qué es esto, Burcelaga?”. Respondió la mujer: “Acuérdate, Tolomeyo. Te dije que quería saber lo que es el cielo, y tú me sugeriste que me buscara unos gemelos muy potentes”...
Las naciones modernas fincan su existencia, lo mismo que su orden y su paz, en tres valores primordiales: libertad, democracia y justicia. Los tres se implican recíprocamente; si uno falta los otros no pueden realizarse plenamente.
En México disfrutamos de un amplio margen de libertad. Quienes hayan vivido en el México del tiempo de Díaz Ordaz podrán dar testimonio de los logros que desde entonces se han conseguido en el campo de las libertades, especialmente la política y la de expresión.
Por lo que hace a la democracia también se han hecho avances significativos. En lo referente a la justicia, sin embargo, estamos dolorosamente atrasados. No ha disminuido, antes bien ha aumentado, el número de mexicanos que viven en la pobreza y aun en la miseria. Mientras en la justicia no avancemos, la democracia y la libertad peligrarán.
Capronio Jodelada, ya se sabe, es un sujeto ruin y desconsiderado. Solía llegar todas las noches a la cantina de su barrio y pedía invariablemente una cerveza. (“El Seguro” era el nombre de la tal taberna; así sus parroquianos podían decir a sus esposas sin mentir: “Ahorita vengo, vieja. Voy al Seguro”). La cerveza costaba ahí 26 pesos.
A la hora de pagar el méndigo Capronio lo hacía arrojando 26 monedas de un peso, una por una, a todos los rincones del local. El cantinero, acostumbrado a la malevolencia de Capronio, no decía nada: se limitaba a recoger después, pacientemente, las monedas.
Cierto día, contrariando su costumbre, Capronio pagó la cerveza con un billete de 50 pesos. El tabernero vio llegada la ocasión de su venganza. Le dijo al desgraciado: “Aquí tienes tu cambio”. Y así diciendo lanzó por todas partes 24 monedas de un peso. No se inmutó Capronio. Puso dos monedas más sobre el mostrador y le dijo al tabernero: “Sírveme otra”...
Los jóvenes esposos llegaron a su casa después de una fiesta. El marido se había tomado dos o tres tequilas (o cuatro, o cinco, o seis) y no acertaba a meter la llave en la cerradura de la habitación. Le dijo con inquietud su esposa: “Esta noche no se te ocurra intentar nada, Leovigildo. Con esa puntería quién sabe qué pueda suceder”... FIN.
mirador
armando fuentes aguirre
Los pápagos, indios de Sonora, tenían una ceremonia cuyo nombre era “mutilli”. Cuando una joven llegaba a la edad núbil el cónari, jefe de la tribu, llamaba a sus pretendientes, que se congregaban frente a la muchacha.
A una señal del cónari ella salía a todo correr y se perdía en el monte. Dejaba pasar una hora el jefe, y luego daba otra señal, y partían los pretendientes tras la joven. El que la hallara y trajera de regreso tendría derecho a hacerla su mujer.
Aparentemente todos participaban en igualdad de circunstancias. No era así: la muchacha había escogido ya al hombre que le gustaba. No se dejaba hallar de los demás, y sin que su preferido lo supiera lo ayudaba a encontrarla.
Igual sucede entre nosotros. Igual sucede en todo el mundo y en todos los tiempos. El hombre cree que ha escogido. El escogido ha sido él.
¡Hasta mañana!...
manganitas
por afa
“...La suegra se iba a ir al día siguiente...”.
“Si vieras qué triste estoy
-dijo el yerno a su mujer-.
No sé por qué llegué a creer
que tu mamá se iba hoy”.
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