Por Catón
Columna: De política y cosas peores
De política y cosas peores
2017-06-18 | 14:17:16
James, el chofer de lady Loosebloomers, se hallaba en el hospital, y su patrona fue a visitarlo. Le preguntó la recepcionista: “¿Es usted la esposa del paciente?”.
“¡Claro que no! –se ofendió lady Loosebloomers-¡Soy su amante!”...
Un individuo acudió a la consulta del doctor Duerf y le dijo: “Creo que tengo dos personalidades”. “Escucharé su caso -respondió el célebre analista-.
Pero que no hablen las dos al mismo tiempo”...
Don Algón estaba muy a gusto viendo en la tele el partido de futbol y disfrutando una cerveza helada. Su mujer soñaba con tener un abrigo de visón, de modo que se le sentó en el regazo y lo llenó de besos y caricias.
“Déjame ver en paz el juego -le pidió con molestia don Algón-. De esto ya tengo mucho en la oficina”...
Babalucas notó con preocupación que se le estaba cayendo el pelo. Fue con el peluquero del lugar -decía su anuncio: “Alfa Jeme. Artista Tonsorial”-, y le pidió algo que sirviera para detener la caída del cabello.
“Tengo este maravilloso tónico –le ofreció el fígaro alargándole una botella-.
Puede hacer que le salga pelo hasta a una bola de billar”.
“Es para mí –precisó Babalucas-, no para Villar”...
Don Usurino agonizaba en su lecho de enfermo. Lo acompañaban su esposa y su hijo. Con voz débil habló el lacerado: “De nada de lo que voy a decir hay constancia por escrito, pero los compromisos existen. Mi hermano Rodoberto me debe 100 mil pesos”. La señora le pidió al muchacho: “¡Anota,
hijo; anota!”. “Mi primo Leovigildo –siguió diciendo el hombre- me debe 200 mil pesos”.
“¡Anota!
¡Anota!”
-repitió la esposa-.
Continuó don Usurino: “Mi sobrino Acisclo me debe 300 mil pesos”.
“¡Anota, hijo; anota!” volvió a decir la señora ansiosamente.
“Y yo dijo el agonizante le debo un millón de pesos a mi tío Pecudio”
“Eso no lo anotes, hijo –suspiró la esposa-.
Tu pobre padre ha empezado a delirar”...
La guapa mujer entabló conversación con un cliente en el lobby bar del hotel.
Le contó: “A los 20 años tenía yo un extraordinario talento musical y un hermoso cuerpo.
Se me presentó entonces un dilema: podría llegar a ser una famosa chelista o me podría ganar mucho dinero valiéndome de mis encantos”.
“¡Qué difícil opción! –se interesó el tipo-.
Y ¿qué escogiste?”. “¿Tú qué crees? –respondió la mujer-.
¿Acaso me ves cargando un tololoche?”...
Don Cornulio llegó a su casa cuando no se le esperaba y entró en la alcoba conyugal en el preciso instante en que su esposa estaba a medio vestir. Eso no habría tenido nada de particular de no ser porque con ella estaba un individuo igualmente en paños menores. “¿Qué es esto, Colchona? -preguntó con furia ignívoma el mitrado marido-. ¿Por qué te estás desvistiendo en presencia de este hombre?”. Antes de que la señora pudiera responder se adelantó a decir el tipo: “Está usted por completo equivocado, caballero. La señora nose está desvistiendo ya se está vistiendo”.
Sor Bette iba manejando el coche del convento cuando un desaprensivo conductor no frenó a tiempo y la chocó por detrás. Bajó del automóvil la monjita y dijo al imprudente:
“Mis sagrados hábitos me impiden hablarle como se merece, pero ojalá cuando vaya usted a casa de su madre ella lo muerda”.
Himenia Camafría y Celiberia Sinvarón, maduras señoritas solteras, fueron al museo de arqueología.
El guía les mostró una serie de estatuas de atletas desnudos.
Les informó: “Estas figuras pertenecen al período bajo”

Himenia le comentó en voz baja a su amiguita
“Seguramente son más interesantes las del período alto”.
FIN.

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