Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Con Trump, la ley del talión
2017-02-24 | 11:22:30
Recordemos lo que le sucedió a Sufricia, la abnegada esposa de Capronio. Su marido la llevó al futbol. Al terminar el juego se hizo una aglomeración en la puerta de salida. Capronio le pidió a su mujer que se pusiera atrás de él para abrirle paso entre la multitud. A poco Sufricia se quejó: “Viejo: acá atrás un pelado me viene agarrando las pompas”. “No te preocupes -le contestó Capronio-. Yo me voy vengando acá delante”...

El ruin sujeto aplicaba a su manera la ley del talión: ojo por ojo, diente por diente, y en este caso nalga por nalga. (Y a todo esto ¿por qué se llama ley del talión? Su nombre proviene del latín “talio”, y éste posiblemente de “talis”, que significa semejante.

Antiguamente talión quería decir compensación. Es la pena que consiste en hacer sufrir al delincuente un daño igual al que causó. Ese castigo acabó por desaparecer, tanto porque se consideró que era venganza, no justicia, como por la dificultad de aplicarla en delitos tales como el adulterio, el rapto o la violación).

En cosas de comercio, opino, debemos aplicar a Trump la ley del talión. Si él nos impone un arancel, impongámosle otro a él. Tenemos formas de responder a las embestidas de ese rabioso enemigo que de pronto nos salió.

Ciertamente México es un país pobre obligado por la naturaleza a tratar con un vecino rico; pero de nación a nación somos iguales. Por eso pienso que tanto desde el punto de vista del protocolo como por lo que toca al punto - no puntillo- de la dignidad, el Presidente Peña debe abstenerse siempre de tratar con los enviados de su homólogo, y delegar su representación en funcionarios de categoría equivalente a la de los visitantes.

La relación del mandatario mexicano con los vecinos del norte ha de ser sólo de presidente a presidente. Hacer otra cosa es sobajarnos ante el energúmeno que nos quiere sobajar. Vayamos ahora a cosas más godibles, vale decir más placenteras.

Aquellos novios se vieron por fin solos en la habitación del hotel donde pasarían su noche de bodas. Con delicadeza, tomando en cuenta la inocencia de su noviecita, el anheloso galán consumó el matrimonio en la debida forma. Al día siguiente, sin embargo, la desposada se quejó: “Mi mamá me echó una mentira”. “¿Qué mentira te echó?” -le preguntó, intrigado, el muchacho. Respondió ella: “Me dijo que anoche me iba a suceder algo que nunca me había sucedido, que no me fuera a asustar. Eso explica por qué me viste nerviosa, preocupada. Pero pasó la noche, y no me sucedió nada que antes no me hubiera sucedido ya”...

“Soy pacifista -declaró aquel hombre-. Por eso no veo deportes como la lucha libre o el box; por eso no estudié la carrera de las armas; por eso no me casé.”...

Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, fue a la farmacia del barrio y le pidió al farmacéutico media docena de condones. “¿Por qué tan pocos? -le preguntó el de la farmacia-. La semana pasada me pediste una docena, y la antepasada docena y media. Ahora quieres nada más seis. ¿Por qué?”. Explicó el salaz sujeto: “Estoy dejando el vicio poco a poco”...

Doña Torona se lamentaba, pesarosa: “¡Pobrecitas mis hijas! ¡Las cuatro se casaron, y a las cuatro los maridos les salieron cornudos!”. Yo conozco a las tales, y sé los apodos que el vulgacho les impuso a causa de sus devaneos carnales.

A la mayor le dicen “La sopa”, por caliente y aguada. A la que sigue, empleada en una fábrica, la nombran “La pies planos”, porque pisa con toda la planta.

A la tercera le aplicaron el mote de “La carreta”, porque con cualquier buey jala, y a la menor la llaman “Pénjamo”, como la bella ciudad guanajuatense, por su gran variedad de pájaros. FIN.






mirador

armando fuentes aguirre


Aquella noche el músico soñó una melodía de belleza inmarcesible. Tan hermosa era que el hombre lloró en sueños, conmovido. Cuando al día siguiente despertó su almohada estaba mojada por las lágrimas.

Inútilmente trató de recordar la música. Por más esfuerzos que hizo no pudo reproducir sus armonías. Se desesperaba, pues sabía que ni siquiera Mozart había escrito jamás algo tan bello. Pero fue incapaz de traer a la memoria las inefables notas.

Cada noche se iba a dormir con la ilusión de soñar otra vez aquella melodía. En su mesilla de noche puso un rimero de hojas de papel pautado para anotarla de inmediato si la volvía a soñar. Fue inútil: la música había huido para siempre.

Pasaron muchos años. Una noche el hombre volvió a soñar aquella hermosa melodía. Intentó salir del sueño para escribir las notas, pero no pudo hacerlo: del sueño de la noche había pasado al sueño eterno.

No desesperemos nosotros, sin embargo. Todos soñaremos alguna vez la misma música.

¡Hasta mañana!...


manganitas

por afa


“...Trump moderará su lenguaje...”.

Cada día, si se cuenta,

serán menos sus habladas:

en vez de cien pendejadas

dirá nada más cincuenta.

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| Cualquiera de los dos de política y cosas peores por catón Dulciflor, doncella núbil, estaba en vías de tomar estado. Quiero decir que se iba a casar. Importante institución es el matrimonio. Constituye el cimiento de la sociedad. Eso explica por qué actualmente la sociedad se mira tembleque y agrietada, como casa ruinosa con los cimientos quebrantados. Dice un antiguo dicho que el hombre se casa cuando quiere, y la mujer cuando puede. La historia de Dulciflor confirma ese apotegma. Inútilmente había buscado un hombre que aceptara el compromiso del casorio. Desesperaba ya de hallarlo cuando un buen día le salió un galán dispuesto a dejarse conducir al ara, si no del sacrificio sí del esponsalicio. Dulciflor, con la listeza propia de su sexo, le echó el lazo en menos tiempo del que tarda en persignarse un cura loco. La verdad es que el hombre no seduce, es seducido; no conquista, es conquistado. El matrimonio es un combate en el cual las batallas se libran después de que uno de los combatientes ya ganó la guerra. El hombre se resigna al matrimonio con tal de tener sexo, en tanto que la mujer se resigna al sexo con tal de tener matrimonio. Pero advierto que me estoy apartando del relato. Vuelvo a él. Dulciflor, que contaba ya 25 años de edad, era virgen. Ni se lo alabo ni se lo reprocho: me limito a consignar el dato. Sabía, sin embargo, las cosas de la vida, tanto por sus lecturas como por sus conversaciones con amigas solteras y casadas -sobre todo solteras- de mayor experiencia que la suya. Además iba con frecuencia al cine, y las películas, que antes eran proyectadas en una sábana, suceden ahora casi todas entre sábanas. Por eso ya estaba preparada para la ocasión. Aun así le pidió consejo a su abuelita, señora que por haberse casado cuatro veces y enviudado otras tantas sabía mucho acerca de la condición matrimonial. Le dijo: “Abue: no sé qué ropa ponerme en mi noche de bodas. Tengo en mi trousseau un negligé tenue, vaporoso, que no deja nada a la imaginación; un brassiére mínimo que descubre en el realzado busto la insinuación de las areolas; un brevísimo pantie audazmente crotchless, de encaje transparente que no alcanza a velar la incitante sombra del llamado mons veneris; un liguero francés de seda negra, ymedias de igual color con raya, como aquéllas que se quitó Sophia Loren ante Marcello Mastroianni en la inmortal escena de striptease de la película “Ayer, hoy y mañana”. Pero tengo también un ajuar totalmente contrario a ése. Lo conforman una vieja bata de popelina beige que por arriba me tapa hasta las orejas y por abajo me cubre hasta las uñas de los pies; un anticuado corpiño de color salmón; unos calzones bombachos de los tiempos de Maricastaña capaces de abatirle el ánimo al más enhiesto amante, y unas medias de popotillo café de ésas a las que se les hace un nudo arriba para que no se bajen. Estoy en un dilema, abuela. No sé si ponerme aquella ropa sensual, provocativa, como diciéndole a mi novio: “Aquí me tienes, toda para ti. Que no quede comarca de mi cuerpo que no visites con tus manos, tus labios o tu lengua”, o vestir aquel atuendo púdico para decirle: “Soy casta. Soy honesta. Me son ajenas las cosas del amor”. ¿Cuál de los dos atavíos crees que debo ponerme en mi noche nupcial?”. “Mira, hija -le contestó al punto la abuela-. Ponte lo que te dé la gana. Al cabo de cualquier manera vas a marchar”. En la elección presidencial del próximo año el PAN postulará a Margarita Zavala o a Ricardo Anaya. El PRD, posiblemente, a Miguel Mancera. Y Morena, claro, a López Obrador. ¿A quién postulará el PRI? ¿A Videgaray? ¿A Osorio Chong? ¿A Nuño? ¿A Narro Robles? ¿A algún tapado? Que el PRI postule al que le dé la gana. Al cabo de cualquier modo va a marchar. FIN. mirador armando fuentes aguirre John Dee era respetado por su sabiduría, tanto que el rey le permitió negarse a participar en el debate a que convocó para dilucidar si el purgatorio era líquido, sólido o gaseoso. Cuando el filósofo iba por la calle los hombres se descubrían y las mujeres le hacían una profunda reverencia. Sin embargo apartaba la mano si un niño se la quería besar. Le decía: “Jamás beses otra mano que la de tu madre, que te dio la vida, o la de tu padre, que trabaja para darte el pan”. Aun así, objeto de la admiración de todos, John Dee tenía la sencillez de un campesino. Solía declarar: “Hay muchos que saben más que yo, y muy pocos que saben menos que yo”. Reconocía el saber de su esposa, pese a que era mujer de humilde condición, hija de un molinero y una lavandera. De ella decía: “Yo sé de los libros; ella sabe de la vida”. Quizá por eso John Dee era respetado. Tenía la suprema virtud de la humildad, que salva del supremo pecado, la soberbia. ¡Hasta mañana!... manganitas por afa “...Cachivache...”. Esa voz con doble hache tiene un sentido certero: es un pequeño agujero a punto de hacerse bache.



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