Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Que asesoren a los asesores
2017-02-23 | 08:27:22
Que asesoren a los asesores


El viejecito y la ancianita conversaban. Dijo él: “A veces pienso, Veterina, que Dios se equivocó en algunas cosas”. “¿Por qué supones eso, Gerontino?” -se extrañó ella. Explicó él: “Debió haber hecho que tuviéramos los bebés a los 80 años. A esa edad de cualquier modo tienes que levantarte cada tres horas”...

Hay maridos de una vez al día. Otros son de tres veces por semana. Los hay de una vez cada mes, y otros son de una ocasión al año. Don Languidio Pitocáido era de una vez por sexenio, y ya le debía a su mujer de Ruiz Cortines para acá.

Cierto día don Languidio leía un libro sobre la Naturaleza. Le comentó a su esposa: “Aquí dice que las arañas tejen su tela en los lugares más extraños. Unos investigadores hallaron una tela de araña en el periscopio de un submarino”. “Que vengan a verme -replicó la señora- y hallarán otra en un lugar más extraño todavía”. (No le entendí)...

Es necesario que alguien asesore a los asesores de Peña Nieto, y que alguno aconseje a sus consejeros. Sucede que la administración peñanietista no da una: a sus errores añade dislates, y yerros y desatinos a sus equivocaciones.

Eso de anunciar con bombo y con platillo que el precio de la gasolina se reduciría en un centavo o dos fue tomado por la gente como una mentada de madre, si me es permitida tan ática expresión. A la ofensa de los gasolinazos se añadió la injuria de lo que pareció una burla.

Corto en acciones, el gobierno de Peña Nieto debería mostrarse también corto en palabras. Así no encalabrinaría aún más al personal, ya de por sí erizado por los continuos tropezones del régimen. Cambiémosle la letra al Jibarito: “ Silencio, que están despiertos los nardos y las azucenas”.

Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, logró por fin que Dulcilí, muchacha ingenua, lo visitara en su departamento. Tan pronto se sentaron en el sillón de la sala el salaz individuo apagó la luz. Le preguntó la cándida doncella: “¿Quieres ahorrar energía?”. “No -respondió el lascivo galán-. Me dispongo a gastarla toda en ti”...

Un severo genitor amonestaba a su pedigüeño hijo: “Aprende, Gastolfo, que hay cosas más importantes que el dinero”. “Claro que las hay -reconoció el muchacho-. Pero si no traes dinero no salen contigo”...

El avispado pretendiente invitó a salir a Violetela. Ya en el coche le dijo: “Sé que eres muy tímida; por eso pensé en un código de señales por medio del cual me puedes decir lo que deseas, sin tener que hablar. Si sonríes levemente eso significará que quieres que te tome la mano. Si sonríes con una sonrisa más abierta yo entenderé que deseas que te bese. ¿Qué te parece?”. Al punto Violetela prorrumpió en una estrepitosa carcajada...

Celiberia, soltera entrada en años, cambió de trabajo. Le advirtió una de sus nuevas compañeras: “Y nunca te quedes sola en la oficina con el señor Salacio, ese gerente joven y guapo.

Tiene fama de abusador sexual: se dice de él que si tiene a su alcance a una mujer la derriba, le desgarra la ropa y le hace el amor apasionadamente”. “Gracias por advertírmelo -respondió Celiberia-. Procuraré traer puros vestidos viejos”...

Un sujeto fue llevado ante el juez. El policía que lo detuvo le encontró en su mochila herramientas de las que usan los ladrones para forzar cerraduras y abrir puertas. Le dijo el juzgador al individuo: “¿De modo que es usted ratero?”. “¿Por qué piensa eso de mí?” -protestó el individuo con aire de ofendido.

Contestó su señoría: “Trae usted herramientas de ladrón, ¿no?”. Replicó el sujeto: “Entonces acúseme también de violador’”. Se extrañó el juez: “¿Por qué?”. Respondió el hombre: “También traigo la herramienta”. FIN.


MIRADOR

Armando Fuentes Aguirre






Extraño pueblo es el norteamericano.

Tan extraño como los demás pueblos del mundo.

Los pueblos se forman con hombres, y los hombres son seres extraños. Unos asumen esa extraña conducta que es el bien. Otros tienen esa costumbre aun más extraña que es el mal.

Algunos norteamericanos buenos -científicos, ecologistas, biólogos- salvaron al halcón peregrino de la extinción definitiva. Quedaban veinte parejas de esa ave. Después de varios años de cuidados hay ahora un número de halcones peregrinos suficiente para asegurar la supervivencia de la especie.

Algunos norteamericanos malos -policías brutales, fanáticos de la raza blanca, torpes rednecks, incitados por el más malo, más brutal, más fanático y más torpe de los rednecks-, persiguen ahora a otros peregrinos, y quieren acabar con ellos.

Esos peregrinos son los migrantes mexicanos, víctimas de crueldades cuya injusticia clama al cielo.

¿No podrían los norteamericanos buenos proteger a esos peregrinos, aunque no sean halcones?

¡Hasta mañana!....


manganitas

por afa


“...Aumenta la inflación...”.

La verdad, causa temor

Esa inflación pertinaz.

(Y va a aumentar aún más

en la Semana Mayor).



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| Cualquiera de los dos de política y cosas peores por catón Dulciflor, doncella núbil, estaba en vías de tomar estado. Quiero decir que se iba a casar. Importante institución es el matrimonio. Constituye el cimiento de la sociedad. Eso explica por qué actualmente la sociedad se mira tembleque y agrietada, como casa ruinosa con los cimientos quebrantados. Dice un antiguo dicho que el hombre se casa cuando quiere, y la mujer cuando puede. La historia de Dulciflor confirma ese apotegma. Inútilmente había buscado un hombre que aceptara el compromiso del casorio. Desesperaba ya de hallarlo cuando un buen día le salió un galán dispuesto a dejarse conducir al ara, si no del sacrificio sí del esponsalicio. Dulciflor, con la listeza propia de su sexo, le echó el lazo en menos tiempo del que tarda en persignarse un cura loco. La verdad es que el hombre no seduce, es seducido; no conquista, es conquistado. El matrimonio es un combate en el cual las batallas se libran después de que uno de los combatientes ya ganó la guerra. El hombre se resigna al matrimonio con tal de tener sexo, en tanto que la mujer se resigna al sexo con tal de tener matrimonio. Pero advierto que me estoy apartando del relato. Vuelvo a él. Dulciflor, que contaba ya 25 años de edad, era virgen. Ni se lo alabo ni se lo reprocho: me limito a consignar el dato. Sabía, sin embargo, las cosas de la vida, tanto por sus lecturas como por sus conversaciones con amigas solteras y casadas -sobre todo solteras- de mayor experiencia que la suya. Además iba con frecuencia al cine, y las películas, que antes eran proyectadas en una sábana, suceden ahora casi todas entre sábanas. Por eso ya estaba preparada para la ocasión. Aun así le pidió consejo a su abuelita, señora que por haberse casado cuatro veces y enviudado otras tantas sabía mucho acerca de la condición matrimonial. Le dijo: “Abue: no sé qué ropa ponerme en mi noche de bodas. Tengo en mi trousseau un negligé tenue, vaporoso, que no deja nada a la imaginación; un brassiére mínimo que descubre en el realzado busto la insinuación de las areolas; un brevísimo pantie audazmente crotchless, de encaje transparente que no alcanza a velar la incitante sombra del llamado mons veneris; un liguero francés de seda negra, ymedias de igual color con raya, como aquéllas que se quitó Sophia Loren ante Marcello Mastroianni en la inmortal escena de striptease de la película “Ayer, hoy y mañana”. Pero tengo también un ajuar totalmente contrario a ése. Lo conforman una vieja bata de popelina beige que por arriba me tapa hasta las orejas y por abajo me cubre hasta las uñas de los pies; un anticuado corpiño de color salmón; unos calzones bombachos de los tiempos de Maricastaña capaces de abatirle el ánimo al más enhiesto amante, y unas medias de popotillo café de ésas a las que se les hace un nudo arriba para que no se bajen. Estoy en un dilema, abuela. No sé si ponerme aquella ropa sensual, provocativa, como diciéndole a mi novio: “Aquí me tienes, toda para ti. Que no quede comarca de mi cuerpo que no visites con tus manos, tus labios o tu lengua”, o vestir aquel atuendo púdico para decirle: “Soy casta. Soy honesta. Me son ajenas las cosas del amor”. ¿Cuál de los dos atavíos crees que debo ponerme en mi noche nupcial?”. “Mira, hija -le contestó al punto la abuela-. Ponte lo que te dé la gana. Al cabo de cualquier manera vas a marchar”. En la elección presidencial del próximo año el PAN postulará a Margarita Zavala o a Ricardo Anaya. El PRD, posiblemente, a Miguel Mancera. Y Morena, claro, a López Obrador. ¿A quién postulará el PRI? ¿A Videgaray? ¿A Osorio Chong? ¿A Nuño? ¿A Narro Robles? ¿A algún tapado? Que el PRI postule al que le dé la gana. Al cabo de cualquier modo va a marchar. FIN. mirador armando fuentes aguirre John Dee era respetado por su sabiduría, tanto que el rey le permitió negarse a participar en el debate a que convocó para dilucidar si el purgatorio era líquido, sólido o gaseoso. Cuando el filósofo iba por la calle los hombres se descubrían y las mujeres le hacían una profunda reverencia. Sin embargo apartaba la mano si un niño se la quería besar. Le decía: “Jamás beses otra mano que la de tu madre, que te dio la vida, o la de tu padre, que trabaja para darte el pan”. Aun así, objeto de la admiración de todos, John Dee tenía la sencillez de un campesino. Solía declarar: “Hay muchos que saben más que yo, y muy pocos que saben menos que yo”. Reconocía el saber de su esposa, pese a que era mujer de humilde condición, hija de un molinero y una lavandera. De ella decía: “Yo sé de los libros; ella sabe de la vida”. Quizá por eso John Dee era respetado. Tenía la suprema virtud de la humildad, que salva del supremo pecado, la soberbia. ¡Hasta mañana!... manganitas por afa “...Cachivache...”. Esa voz con doble hache tiene un sentido certero: es un pequeño agujero a punto de hacerse bache.




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