Por Catón
Columna: De política y cosas peores
De política y cosas peores
2016-09-11 | 10:02:02
“Acúsome, padre, de que anoche hice el amor con Bellizia Buené”. Así le dijo aquel hombre en el confesonario al padre Arsilio. “Dime -preguntó el sacerdote-.

Esa Bellizia con la que tuviste trato de fornicio, y además adulterino, pues sé que eres casado, ¿es esa hermosísima mujer recién llegada al pueblo, que tiene el rostro de Gene Tierney, el cabello de Maureen O’Hara, los ojos de Elizabeth Taylor, los pómulos de Lauren Bacall, los labios de Sophia Loren, la nariz de Kim Novak, el cutis de Grace Kelly, el cuello de Audrey Hepburn, el busto de Jayne Mansfield, la cintura de Gina Lollobrigida, las caderas de Marilyn Monroe, las piernas de Cyd Charisse y los pies de Ava Gardner?”.

“Así es, padre -respondió el que se confesaba-. Y la voz de Barbara Stanwyck. No sé cómo una mujer de hermosura tal me favoreció con sus encantos, a mí, entre todos los hombres.

Se me ofreció, regalo inesperado de la vida, y yo la tomé y la disfruté como a fruto prohibido. Pequé, padre; no pude resistir la tentación. Fui consenciente. Gocé a plenitud el cuerpo de esa ninfa, náyade, dríade, nereida; de esa sirena de inefable belleza que me brindó la mejor noche de mi vida, cuyo recuerdo habrá de acompañarme para siempre.

Vengo ahora de rodillas ante usted, padre, a confesar mi culpa y pedirle que me absuelva”. “No puedo hacerlo, hijo -respondió, severo, el sacerdote-. No puedo darte la absolución”. “¡Por favor, señor cura! -rogó el hombre-.

Necesito que me absuelva. Mi hijita va a hacer hoy su primera comunión, y debo comulgar”. “Pues ya te digo -repitió el confesor-. No puedo absolverte”. “¿Por qué, padre?” -inquirió con angustia el penitente. Replicó don Arsilio: “Porque para recibir la absolución el pecador debe mostrar una contrición sincera, ¡y estoy seguro de que tú no estás arrepentido, grandísimo suertudo!”...

El amigo del escritor le preguntó: “¿Cómo te ha ido?”. “No muy bien -repuso el pendolista-. Pero al menos el próximo mes tendré para comer. Vendí tres artículos”: “¿De veras?” -se interesó el amigo. “Sí -contestó el escritor-. La pluma, el anillo y el reloj”...

Dulcilí, muchacha ingenua, mostraba las evidentes señas de un próspero embarazo. Relató: “Mi novio Anselio es fotógrafo, y me dijo que me iba a hacer una ampliación. ¡Nunca pensé que sería ésta!”...

Doña Macalota, la esposa de don Chinguetas, regresó de un viaje antes de lo esperado y sorprendió a su casquivano marido en el lecho conyugal en compañía no de una mujer, sino de dos: una morena con pasión de trópico y una rubia de languidez boreal.

Al ver aquel ilícito ménage à trois doña Macalota prorrumpió en dicterios: “¡Truhán, bellaco, pícaro, bergante, patán, tunante, pillo, perillán!”. Hizo una pausa y continuó: “¡Y ustedes, furcias, maturrangas, pelanduscas, soletas, sincalzones, mosconas, calientacamas, mundarrias, peladas del colchón!”.

“¡Ah, mujer! -protestó en tono de reproche don Chinguetas-. Si traigo amigos a la casa te enojas. Si traigo amigas te enojas también. ¿Quién te entiende?”...

Don Valetu di Nario, senescente caballero, hizo construir en su casa una estructura de madera para sostener una parra que tenía en el jardín, cuyos pámpanos formaron así una agradable sombra.

Le dijo a Himenia Camafría, célibe madura: “Querida señorita: la invito a ir a mi casa. Ahí le mostraré mi pérgola”. “¡Por Dios, amigo mío! -se ruborizó ella-. ¡Soy una mujer decente!”...

En el bar le preguntó Afrodisio a la muchacha: “¿Cuántas copas se necesitan para ponerte beoda?”. “Con tres tengo -respondió ella-. Pero no me llamo Beoda”. (No le entendí). FIN

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