Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Son cosas de la fe
2015-08-03 | 10:54:46
Un tipo le recomendó a su amiga: “Jamás
mires a tu novio a los ojos cuando te estés
comiendo un plátano. Los hombres tenemos
mente cochambrosa”... Un musculoso
joven se asoleaba en la playa. A fin de
dorarse parejo se tapó todo con arena, y
dejó expuesta sólo su parte de varón. Pasó
por ahí doña Pasita, vio aquello y exclamó
con pesadumbre: “¡Caramba! ¡Ahora que
estas cosas se dan silvestres ya no puedo
agacharme a recogerlas!”...
La duración de un minuto depende de
qué lado estés de la puerta del baño...
Empédocles Etílez, el borrachín del
pueblo, subió a un autobús. Iba en estado
incróspido, sabroso vocablo mexicano que
desde luego no registra la Academia, pero
que es mejor que cualquier otro para describir
la beodez. Acertó a sentarse junto a la
señorita Peripalda, catequista, que percibió
el tufo que trasudaba el ebrio, a chínguere
del peor. Le dijo con disgusto: “Va usted
directo al infierno”. “¡Ah, jijo! -se alarmó
Empédocles-. ¡Entonces me bajo! ¡Éste no
es mi camión!”...
El hombre es por esencia un peregrino.
Homo viator, decían los de la Edad Media:
hombre caminante. Jorge Manrique, poseído
al mismo tiempo por el dolor y por la fe,
escribió en versos como dobles de campana
funeral: “... Nuestras vidas son los ríos / que
van a dar a la mar, / que es el morir...”. Todo
camino lleva al mismo fin: el de la muerte.
(El apellido de la muerte es Segura, dice la
frase popular).
Sin embargo para quien tiene fe ese final
es el principio de un camino nuevo. El creyente
no cree en la muerte. Soy hombre de
poca fe, y la escasa que tengo es débil llama
que tiembla ante los vientos de la duda.
Pero gracias a esa pequeña fe -inmerecido
don- no voy totalmente a oscuras, y a
través de ella recibo los grandes dones de
la esperanza y el amor. Escribo esto pensando
en la tragedia de Mazapil, la de los
peregrinos a quienes la muerte les llegó
en el momento en que le iban a rezar a su
Señor Jesús. Para un pobre sujeto como
yo, de tan tirano cuerpo y tan poca alma,
ese acontecimiento es incitación a dejar
de creer.
Me hago la eterna pregunta: “¿Por qué?”,
y siento la rebeldía de Job ante lo inexplicable:
el sufrimiento que cae sobre los buenos;
el dolor de los inocentes; la muerte de los
niños; el misterio de un Dios que deja morir
a quienes iban a rezarle.
Para el hombre de fe el misterio es algo
tan familiar que acaba por no ser misterio.
Quien verdaderamente cree tiene siempre
a f lor de labios la mejor oración de todas:
“Hágase, Señor, tu voluntad”. Se inclina
entonces ante la voluntad de Dios.
Y la espiga que se inclina no se quiebra;
la salva la entrega total a un designio que
sabe amoroso. El cumplimiento de las leyes
de la naturaleza, es inevitable, pero quien
tiene fe sabe que incluso el sufrimiento y
el dolor son parte de una providencia que
finalmente lo llevará hacia el bien.
En eso consiste la esperanza. ¿Acabar
con las peregrinaciones? No es posible.
Son cosas de la fe, son cosas del pueblo
creyente, y nadie puede ir contra las cosas
de un pueblo que cree y tiene fe. Seguirá
habiendo tragedias.
Otras como la de Mazapil ha habido
antes. Pero la gente -nuestra gente- seguirá
peregrinando. Todos lo hacemos, en una u
otra forma. En todas las vidas hay tragedias,
y sin embargo seguimos peregrinando. Todos
somos “Homo viator”. Y a lo mejor todos
somos, aun sin saberlo, hombres de fe. De
otro modo no podríamos vivir...
Babalucas fue a una granja a comprar
una gallina y algunos huevos. “Gallinas no
tengo -le informó el granjero-, pero tengo
una polla”. “Está bien -aceptó aquél-. Y quiero
dos docenas de huevos”. El granjero le dio
lo que pedía, y le dijo luego: “Va a batallar
para llevar cargando eso.
Le voy a prestar mi burro, el Culifáis,
aunque debo advertirle que a veces se detiene
y ya no quiere caminar. Si hace esto
rásquele la oreja derecha. Con eso seguirá
caminando”. Babalucas subió al pollino
con lo que había comprado y se encaminó
a su casa.
En efecto, poco después el jumento se
detuvo. El badulaque, con los dos manos
ocupadas por la mercancía, se vio imposibilitado
de hacer lo que el granjero le había
recomendado.
En eso, por buena suerte, pasó una señora.
Le dijo Babalucas. “Señora: ¿sería
usted tan amable de agarrarme la polla y
los huevos mientras le doy una rascadita al
Culifáis?”... FIN

MIRADOR
››armando
fuentes aguirre
John Dee empezó a cavar en el
huerto de su casa.
Los vecinos se asombraron: eso
de cavar la tierra no es tarea propia
de filósofos.
Se afanaba John Dee a mañana
y tarde, y a veces aun de noche, en
hacer aquel pozo que cada día iba
alcanzando mayor profundidad.
-Seguramente anda buscando oro
-opinó uno.
Y es que en todos los tiempos los
hombres la se la han pasado buscando
oro.
Un día John Dee se vio radiante. Su
rostro lucía una sonrisa de felicidad.
A los que le preguntaron la causa de
su dicha les dijo:
-Por fin encontré lo que buscaba.
Le preguntaron:
-¿Oro?
Respondió el sabio:
-No. Encontré algo mucho mejor.
Encontré agua.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
››por afa
“...Arreciará el calor...”.
“Me vale la noticia esa
-dijo cierto bebedor-.
No importa que haga calor
si al fin tenemos cerveza”.

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