Por Raymundo Jiménez
Columna: Al pie de la letra
Las ‘sandías’ de Fidel
2015-03-10 | 09:53:37
Vetado durante el actual sexenio
por el presidente Enrique Peña
Nieto –pues desde hace dos años
no ha podido conseguir ninguna
embajada y, ahora, ni él ni su prole
fueron incluidos en la lista de
candidatos del PRI a la diputación
federal–, el exgobernador Fidel
Herrera Beltrán y sus más allegados
han tenido que infiltrarse
a través del Partido Verde Ecologista
de México (PVEM), una
franquicia partidista controlada
y explotada política y económicamente
por una familia vinculada
al negocio de medicamentos, a la
que el ex mandatario veracruzano
habría beneficiado en su administración.
Desde hace diez años, Herrera
Beltrán ha manejado a su antojo la
franquicia del PVEM en Veracruz.
Inclusive en 2006 –cuando en la
elección presidencial el PRI, abanderado
por Roberto Madrazo, fue
relegado hasta el tercer lugar de la
votación–, el exmandatario veracruzano
maniobró para imponer
como candidato al Senado de la
República a Maximino Alejandro
Fernández Ávila, un junior perteneciente
a una elitista familia
xalapeña y muy cercano en ese
entonces a los Herrera-Borunda
pero totalmente desarraigado y
desconocido en la entidad, ya que
nació, creció y estudió en la ciudad
de México, razón por la cual terminó
siendo un pesado lastre para el
priista Pepe Yunes Zorrilla, quien
encabezaba la fórmula de mayoría
relativa y cuya derrota en aquella
ocasión descarriló su proyecto para
suceder al gobernador Herrera
en 2010. Fue la única vez que el
priismo veracruzano se quedó sin
representantes en la Cámara alta
del Congreso de la Unión, lo que
finalmente le allanó el camino
a la gubernatura al exsecretario
de Finanzas y Planeación, Javier
Duarte de Ochoa, a la sazón diputado
federal por Córdoba.
Por eso ahora a nadie debió sorprender
que Fidel haya maniobrado
otra vez para impulsar a su hijo
Javier Herrera Borunda –a quien
no pudo meter por Cosamaloapan,
distrito reservado por el PRI en la
alianza con el PVEM– y a su hija
putativa Carolina Gudiño Corro
como candidatos del Partido Verde,
a uno por la vía plurinominal
y a la otra por el distrito de Boca
del Río (Veracruz Rural), pese a
que Duarte de Ochoa venía impulsando
a Sergio Pazos Navarrete,
sobrino del excandidato del PAN
a gobernador, Luis Pazos de la Torre,
el cual ya había contendido en
2013 para la alcaldía boqueña.
Al postularla por el bastión
panista en poder de la familia
Yunes Linares-Márquez –un reducto
del PAN que contra todos
los pronósticos ya ganó Herrera
Beltrán como candidato a diputado
federal en 1997, cuando
Miguel Ángel Yunes, su principal
enemigo, despachaba en la Secretaría
General de Gobierno–, Fidel
buscaría encartar a Gudiño Corro
no tanto para la sucesión estatal
de 2016 sino para la de 2018, a
sabiendas de que la exalcaldesa
porteña, aun perdiendo, saldría
ganando, ya que de no ser nominada
para la gubernatura podría
ser perfilada para la senaduría.
De ganar, Carolina será la rival
a vencer por la ex alcaldesa xalapeña
Elizabeth Morales, quien
también está obligada a triunfar
en uno de los distritos electorales
más complicados para la alianza
PRI-PVEM, aunque la victoria
de la exmunícipe porteña tendría
un doble mérito por vencer en su
casa al más fuerte aspirante a la
gubernatura del partido blanquiazul,
quien ya tiene amarrada
la diputación plurinominal.
En Boca del Río la apuesta de
la dupla Carolina-Fidel es hacer
que los Yunes panistas muerdan
el polvo. Y es que ambos son igual
de gandallas y ambiciosos. Comparten
los mismos genes políticos
y los distingue el mismo sentido
patrimonialista de ejercer el
poder. Herrera, por ejemplo, ha
querido seguir disfrutando de un
mandato transexenal, y Gudiño
mostró su voracidad en el proceso
electoral local de 2013, en el
que a cambio de apoyar a Anilú
Ingram para la diputación local,
y a Ramón Poo para la alcaldía,
exigió una regiduría para su esposo
Víctor Hugo Vázquez Bretón y
otra para su amiguísima Ángela
Perera Gutiérrez, mientras que
a su hermano Gustavo Gudiño
Corro y a su padre Manuel Gudiño
Rendón los impuso en el número
7 de la lista plurinominal del PRI,
como candidatos propietario y
suplente, respectivamente, pues
ambos van a compartir la curul.
De los descendientes del gobierno
de la Fidelidad –todos
aquellos jóvenes priistas que en
el sexenio 2004-2010 fueron tutelados,
promovidos y empoderados
por el exgobernador Herrera–, la
exalcaldesa de Veracruz ha sido
la que mayor incondicionalidad le
ha mostrado a su mentor político,
quien a su vez ha sido generosamente
recíproco.
Antes del deceso de su hermano
Moisés, acaecido en octubre de
este año, la última vez que se le vio
públicamente a Fidel en Veracruz
fue precisamente en el bautizo
de la primogénita de Gudiño, en
julio de 2014.
Con Herrera Beltrán, en cargos
de elección popular, Carolina
fue primero diputada local y
presidenta de la mesa directiva
de la LXI Legislatura del estado;
luego diputada federal en 2009,
y en 2010 la dejó enfilada para
la alcaldía porteña, desde donde
siguió manifestando su absoluto
apego al exmandatario, no solo
por seguir usando en su administración
municipal el color rojo que
impuso y distinguió al fidelato –a
diferencia del tono multicromático
que estrenó la nueva gestión
de Duarte de Ochoa– sino porque
en el Ayuntamiento todo lo seguía
consultando y decidiendo con el
ex gobernador, ignorando olímpicamente
al sucesor.
De hecho, a diferencia de otros
ediles muy allegados también al
exmandatario –como Alfredo
Gándara, de Poza Rica, o Alberto
Silva, de Tuxpan–, a Duarte comenzó
a correrle la invitación para
inaugurar obras municipales…
¡hasta el final de su trienio!

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