Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Plaza de almas
2015-02-03 | 09:52:50
La vida me enriquece cada día con cosas que
luego he de recordar, y la muerte de aquellos
a quienes quiero me da la riqueza de su recuerdo.
Esto que acabo de decir suena muy
melodramático, pero ¿quién que es no es
melodramático?
La vida misma se pone a veces muy melodramática.
El melodrama, igual que la
cursilería y el catarro, es herencia común a
los humanos. Tomen mi caso por ejemplo.
Tenía yo 16 o 17 años, y escribí un poema con
motivo del concurso de poesías a la madre
al que convocó el principal periódico de mi
ciudad. Melodramático era el tal poema, claro.
A esa edad -cursaba yo la prepa- se es muy
intenso, cosa que luego se te quita, no sé si por
desgracia o por fortuna. Tremebundo era mi
poema. En sus versos le reclamaba a Dios el
hecho de haberme traído a este mundo, pues
con mi nacimiento había hecho sufrir bastante
a mi señora madre.
Échense esta estrofa a la uña: “... De unos
muslos dolientes broté con el rostro manchado
de sangre. / Desgarré una virgínea cintura, /
destrocé un vientre cálido, / y sembré en la materna
pupila la amargura salobre del llanto...”.
Y por ahí. El poema -believe it or not- obtuvo
el primer lugar a juicio del H. Jurado Calificador.
Cuando me comunicaron el resultado me
sentí en la cumbre de la felicidad, pese al dolor
que le había causado a mi mamá.
Hubo un problema, sin embargo: el premio
consistía en la cantidad de 100 pesos y la publicación
en el periódico del poema ganador.
Pero ¿cómo poner en sus páginas aquello de
la reclamación a Dios, los muslos dolientes, la
sangre y todo lo demás? Eso escandalizaría a
los lectores.
Después de largas deliberaciones el H. Jurado
Calificador llegó a una sabia decisión: se
atribuiría el primer premio al poema que había
ganado el segundo -ése sí se podía publicar-,
y a cambio a mí se me entregarían, a más de
mis 100 pesos, los 50 que correspondían al
segundo lugar.
Los dos concursantes fuimos convocados
para darnos a conocer el arreglo. Quien obtuvo
el segundo premio resultó ser, oh sorpresa,
mi maestro de literatura. Ambos estuvimos
de acuerdo con aquella salomónica determinación.
Vale decir que mi profesor escogió la
gloria y yo el dinero.
No me apena decir eso: para un muchacho
pobretón 150 pesos eran una fortuna. Todo
el dinero se me fue -tampoco me avergüenza
confesarlo- en una épica parranda con mis
amigos en la famosa cantina del Hotel Coahuila.
Ahí les leí el poema, que ellos escucharon
con resignación, pues yo iba a pagar la cuenta.
Al terminar la lectura no hubo aplausos,
y uno de los presentes declaró que él había
escrito un poema igual, pero mejor. ¡Ah, las
envidias entre los intelectuales! Pero yo quería
que mi poema fuera conocido por el público.
Acudí entonces ante el director del segundo
periódico de mi ciudad.
Él, arrostrando las iras de los conservadores
saltillenses y el posible enojo del propietario del
periódico, publicó aquellos tremendos versos
a toda página, en cursivas de 12 puntos. Recordé
todo esto ahora que falleció aquel gran
periodista y hombre bueno que fue Roberto
Orozco Melo. Años después trabé amistad
con él. Casó con una bella y gentilísima prima
mía, María Elena Aguirre.
Me reunía yo con Beto una vez por semana
en el tradicional Café Viena, de Saltillo.
Ahí hablábamos de todo, lo cual equivale a
hablar de nada. Lo importante era juntarnos
a ver pasar la vida. Él le pedía a cada rato al
mesero que le cambiara su café; se quejaba de
que estaba tibio. “Es que platicadito se enfría,
licenciado” -terminó por decirle una vez el
amoscado camarero.
Mi amigo, a más de extraordinario articulista,
fue poeta de fina sensibilidad. Quiso
con entrañable amor a Parras, su solar nativo.
Pienso que una calle de ese hermoso lugar debe
llevar su nombre.
Generoso, lleno de bondad, Roberto Orozco
Melo tenía la emoción a flor del alma: una tarde,
en un pequeño pueblo de Oaxaca, vi cómo
sus ojos se llenaban de lágrimas al contemplar
a una mujer indígena moliendo de rodillas ante
el metate el maíz para hacer la sopa que iba a
ser nuestro alimento.
Ahora le debo a Beto otro favor: haberme
permitido hablar de mí a propósito de él. Su
amistad es una de las mayores riquezas que
de la vida he recibido. Para un recuerdo así no
hay muerte... FIN.

MIRADOR
››armando
fuentes aguirre
Me habría gustado conocer al marqués
de Salamanca.
Alguien lo calificó de “archicapitalista”.
En efecto, era especulador
y financiero. Con un negocio hacía
riqueza, y con otro la volvía perder.
Cuatro o cinco veces se arruinó, y otras
tantas rehízo su fortuna.
A los 32 años de edad fue ministro
de Economía. Fundó el que luego sería
Banco de España. Creó varias líneas de
ferrocarriles, y estableció en Madrid
el servicio de tranvías, lo mismo que el
lujoso barrio madrileño que aún lleva
su nombre.
Mecenas de artistas -y de tiples,
cantatrices y coristas-, era magnífico
anfitrión. Se decía que las propinas
que daba a quienes lo servían eran las
mayores que en Europa se daban.
A pesar de todo esos méritos su
mayor orgullo consistía en haber sido
quien instaló en su casa el primer
“váter” inglés del continente, igual
-solía decir ufano- al que tenía en su
palacio Su Majestad Británica, la Reina
Victoria.
Me habría gustado conocer al marqués
de Salamanca. Quizá ponía su
orgullo donde no lo debía poner, pero
amaba al arte, y a las artistas más, y
era generoso con la gente humilde. Eso
basta para hacer de cualquier hombre
un gran hombre.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
››por afa
“...Se cancela el proyecto del tren
ligero...”.
La verdad, esas empresas
suelen salir muy costosas.
Viendo cómo están las cosas
no hay que andar con ligerezas.

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