Por Catón
Columna: De política y cosas peores
El ejército
2015-02-02 | 10:11:29
La recién casada le informó a su maridito:
“Vino a buscarte tu amigo Pitongo”. “¡Ah!
-se alarmó el muchacho-. Ten cuidado con
él. Es tan guapo y tiene tanta labia que las
mujeres terminan siempre por rogarle que
les haga el amor”. Declaró muy orgullosa
la recién casada: “Yo no tuve que rogarle”...
Picio era más feo que el pecado. Que un
pecado feo, digo, porque hay pecados muy
bonitos. Cierto día fue al zoológico. Cuando
pasó frente a la jaula del chimpancé éste le
gritó: “¡Hey tú! ¡Preséntame a tu abogado,
a ver si me saca a mí también!”...
Diferencia entre los primeros años de
matrimonio y los que siguen. Primero: “¡No
vayas a acabar!”. Después: “¿No has acabado?”...
Una señora le contó a su amiga: “No
consumo ningún alimento que tenga colorantes,
aditivos, saborizantes artificiales
o sustancias preservativas”. Le preguntó la
amiga: “Y ¿cómo te sientes?”. Respondió la
señora: “Hambrienta”...
Don Añilio, señor de edad madura, les
decía a sus nietos que leía únicamente libros
de historia. Cierto día uno de los muchachos
lo sorprendió leyendo ávidamente un volumen
de sugestivo título: “Tres en la cama”.
Se trataba evidentemente de una obra pornográfica.
“¡Abuelo! -exclamó asombrado-.
¿No nos has dicho que solamente lees libros
de historia?”. “Y es cierto -repuso el veterano-.
Para mí eso del sexo ya es historia antigua”.
Me preocupa la forma en que el Ejército
ha sido tratado por el Gobierno últimamente.
Espero que la decisión de permitir la entrada
a sus cuarteles a los padres de los jóvenes de
Ayotzinapa haya sido tomada en acuerdo con
la secretaría de la Defensa y los mandos militares
correspondientes. El Ejército merece
el mayor respeto y la consideración mayor.
Su participación en la lucha contra el
crimen le ha ganado el reconocimiento de
la gente. Su institucionalidad está fuera de
duda. Aunque su jefe nato es el Presidente de
la República las fuerzas armadas no deben
estar sujetas a los vaivenes políticos que imponen
las coyunturas del momento. Tenga
cuidado entonces la administración con la
forma en que trata al Ejército.
A pesar de algunos excesos y desvíos
cometidos por malos elementos el instituto
armado se ha mantenido siempre dentro del
cauce de la ley y el respeto al orden jurídico.
Debe obtener, correspondientemente, el
respeto absoluto de la autoridad civil.
Ninguna forma de presión ha de hacer que
se vulnere la integridad de esa institución
que en muchas formas sirve y beneficia a la
comunidad nacional. Con lo anteriormente
dicho queda cumplida por hoy la modesta
misión que me he impuesto, de orientar a
la República. Puedo por tanto dar salida a
algunos cuentecillos que aligeren la gravedumbre
de esa admonición.
Don Languidio Pitocáido, senescente
caballero, sufría un grave caso de disfunción
eréctil. Ninguno de los medicamentos que su
doctor le prescribió surtió el menor efecto.
Su esposa, entonces, compró una cama de
agua. Dijo: “Para ver si así sube la marea”.
Tampoco eso dio buen resultado. ¡Pobre
señor Pitocáido! Con sólo algunas gotas de las
miríficas aguas de Saltillo habría solucionado
su problema, pero seguramente desconocía
la existencia de esas maravillosas linfas, capaces
de convertir al más laso de los hombres
en potente y rijoso semental. Sucedió que don
Languidio oyó hablar de cierto curandero
que en un remoto sitio del país ejercía sus
facultades taumatúrgicas.
Haciendo considerable sacrificio -el pasaje
del autobús le salió bastante caro, aunque
pidió tarifa de adulto mayor- el desdichado
fue con el famoso ensalmador y le expuso su
problema. El hombre, después de hacer que
don Languidio le pagara “por Adela” -usó ese
vulgarismo que significa “por adelantado”-,
lo sometió a un tratamiento hipnótico, terminado
el cual le dijo: “Ya está usted curado”.
Dirigió don Languidio una mirada a su
entrepierna y creyó morir de dicha: su parte
de varón estaba en actitud gloriosa, como en
los años de la juventud. “Así la llevará permanentemente
-le anunció el curandero-. Pero
cuide que nadie silbe jamás cerca de usted,
pues eso le abajará la susodicha parte, que ya
nunca podrá elevarse nuevamente”. Llegó a su
casa el señor Pitocáido y se mostró, orgulloso
ante su esposa, al natural. Lo vio ella y lanzó
un silbido de admiración: “¡Fiu fiu!”. Y aquí
termina esta tristísima historia... FIN.

MIRADOR
››armando
fuentes aguirre
Llegó sin anunciarse y me
dijo:
-Soy el número uno.
Me sorprendió bastante. Yo
jamás me he sentido el número
uno. ¿Por qué él sí? Le pregunté:
-¿Está usted seguro de ser el
número uno?
Me contestó sin vacilar:
-Claro que sí. ¿Acaso conoce
a otro que lo sea?
Respondí:
-Muchos dicen que son el número
uno. Resulta entonces muy
difícil saber quién lo es en verdad.
-Yo soy el único número uno
-me dijo-. Quienes afirmen serlo
son unos impostores.
En eso llegaron el número 11,
el 111 y el 1111. El número uno se
consternó. Dijo apenado:
-Ya veo que hay otros como yo.
Le dije:
-Ahora sí está usted empezando
a ser el número uno.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
››por afa
“...La construcción del tren
ligero se suspendió...”.
Algunos me han comentado
-con sinceridad, esperoque
aquello del tren ligero
se puso ya muy pesado.

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