Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Plaza de almas
2014-04-01 | 09:22:43
Es uno de mis filósofos predilectos, entre tantos filósofos predilectos que tengo, desde Parménides, el del oscuro poema luminoso, hasta don Abundio, el socarrón viejo del Potrero de Ábrego. Hombre de pensamiento fue, y hombre de acción, en rebeldía perpetua ante la mentira, mala hierba del mundo.
No profesó ninguna religión, lo cual lo ayudó a ser profundamente religioso. Hay quienes viven dentro de una religión y no la viven. Otros, en cambio, viven religiosamente sin tener ninguna religión. De muchos he sabido que ayudaron a continuar la obra de Dios sin creer en Él. Y es que se puede ser ateo y ser bueno; lo difícil es ser bueno perteneciendo a una religión que dice que todos los que no profesan esa religión son malos.
Él, desde su pensamiento de científico, intuyó lo sagrado en la vida del hombre, y lo manifestó en su obra, y más aún en su vida. No estuvo exenta esa vida de travieso humor. Ahí donde no hay humor y amor no hay plena vida.
En su autobiografía relató que cuando se casó era virgen: jamás se había acostado con una mujer. La muchacha que escogió para su esposa era virgen también. Ninguno de los dos, entonces, tenía experiencia sobre las cosas de la sexualidad. A mayor abundamiento ella pertencecía a la estricta sociedad de los cuáqueros, que miraban con sospecha, y aun con hostilidad, todo lo relacionado con el sexo.
Lo mismo hacen muchas iglesias y sectas, que ven al cuerpo como algo deleznable y a la mujer como ocasión vitanda de pecado. Al comenzar la noche de bodas el filósofo le expresó a su joven y bella esposa su deseo de hacer con la luz encendida lo que tenían que hacer. Ella se opuso con energía de cuáquera: sólo accedería a hacer... aquello si lo hacían en la oscuridad.
Discutieron con calor sobre el asunto, tanto que su discusión se prolongó casi dos horas. Al final llegaron a un sabio punto medio: apagarían la luz eléctrica, pero encenderían una vela. Y narra el escritor en sus memorias: “Ni ella ni yo poseíamos experiencia previa. Tuvimos que vencer algunas dificultades causadas por nuestra inexperiencia, pero eso no convirtió nuestra primera noche en una ocasión desagradable.
La naturaleza se hizo cargo de la situación, y aquellas dificultades resultaron más cómicas que problemáticas”. Añade en seguida, como guiñando un ojo: “Me complace decir que seis meses después ella ya no era tan cuáquera”. De su relato se deduce una verdad: la naturaleza -es decir, la vida; es decir Dios- acaba por imponerse sobre todas las filosofías y todas las religiones.
López Velarde, que mucho sabía de religión -y más de mujeres, esas grandes representantes de la vida-, escribió con razón que la razón cabe bajo una axila de Eva. Y la sinrazón también, añado yo, y todas las sinrazones y razones. Por encima de las locuras de los hombres está el supremo imperio de la vida y de su perpetuación sobre la Tierra. La naturaleza es la mayor maestra.
Quien se aparte de sus dictados sufrirá las consecuencias, entre las cuales la soledad no es la menor. Todas las criaturas venimos a la vida con la misión de perpetuar la vida. Incumplir ese mandato voluntariamente, por acción o por omisión, es grave falta. El mayor don de la vida es la vida misma. Atentar contra ella es grave crimen.
Eso lo supo este filósofo, que defendió siempre la vida. Fue un hombre pacífico. En tiempos de la Primera Guerra hubo de renunciar a sus clases en el prestigioso Trinity College porque sus ideas pacifistas le concitaron la inquina de sus colegas, todos partidarios de la guerra.
Estuvo en prisión por su negativa a pagar impuestos que servirían para compar armas destinadas a matar hombres. En la cárcel aquel científico, extraordinario matemático, descubrió la filosofía, y descubrió también la literatura.
Cuando al paso de los años los académicos de Suecia lo consideraron para otorgarle el Premio Nobel no sabían si darle el de la Paz, el de Física o el de Literatura. Le entregaron este último, en 1950. He hablado de Bertrand Russell, filósofo y catedrático de vida... FIN.

mirador
armando fuentes aguirre
Cada mañana la vida abre el telón y el mundo sale a escena.
En ella están el drama y la comedia, la tragedia y la farsa, el risible sainete y el lacrimoso culebrón. Escribe bien la vida a veces, y otras escribe mal. Debemos leer todo lo que escribe, porque también escribe acerca de nosotros.
Ahora voy por el escenario. Es una calle, y voy por ella. Delante de mí camina lentamente un anciano apoyado en su bastón. Mira en el suelo una cáscara de plátano que algún imbécil tiró ahí. Se detiene y la aparta con su bastón hasta dejarla en la cuneta, donde no hay riesgo de que la pise alguien.
Esto que he visto es una cosa nimia. No alcanza a ser drama ni comedia, tragedia o farsa. Si digo que ese anciano mejoró el mundo al hacer lo que hizo quizás haré un sainete o un culebrón. Lo cierto es que hizo una obra de bien, cuando tantos hacen obras de mal. Lo mirará algún día el que nos mira y le dirá: “Ah, sí. Tú fuiste aquel que apartó una cáscara de plátano para que no cayera Yo”.
¡Hasta mañana!...

manganitas
por afa
“...Pleitos en los estadios...”.
El futbol ya es un relajo.
Son un peligro las gradas.
Tratándose de patadas
hay más arriba que abajo.

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