Don Poseidón le preguntó, severo, al pretendiente de su hija: “¿Está usted seguro, joven, de que puede hacer feliz a Dulciflor?”. “¡Uh! -exclamó con suficiencia el galancete-. ¡La hubiera visto anoche!”...
Un juez local conoció el caso de cierto ciudadano que se quejó de haber sido insultado en una farmacia. Explicó el farmacéutico: “El señor me preguntó qué debía hacer con el supositorio que le recetó el médico. Yo lo único que hice fue decírselo”...
El padre Asilio le reclamó a don Poseidón: “Siempre te duermes en mis sermones”. El vejancón se defendió: “Padre: ¿usted cree que me dormiría si no tuviera absoluta confianza en lo que va a decir?”...
Todo indica que ya nunca volveré a la librería Barnes & Noble, de McAllen, Texas, a buscar ahí un buen libro. Todo me hace pensar que ya jamás disfrutaré mi desayuno -un par de huevos fritos con salchichas, tocino y hash browns; más tres hot cakes con mantequilla y miel de maple, con un jugo de naranja y una taza de café- en el Denny´s de la Isla del Padre.
Todo me dice que ya nunca jamás compraré alguna linda cháchara en la pulguita que se pone los domingos en la pequeña plaza frente a la biblioteca de Port Isabel.
Y es que después de su exitoso discurso ante el Congreso todo muestra que hay Donald Trump pa’ rato, y yo juré no pisar suelo norteamericano mientras ese mal hombre sea Presidente de los Estados Unidos.
En verdad no me pesa mucho la promesa. Es cierto: no puedo ya dar conferencias en “el otro lado”, y mi bolsillo, que no sabe de juramentos quijotescos, resiente eso. Cierto es: ya no regresaré a los sitios que amo en Boston, Chicago y Nueva York. Pero en lugar de Barnes & Noble sigo teniendo a Gandhi y a mis entrañables librerías de viejo en Saltillo, la CDMX,, Guadalajara y Monterrey.
En vez de mi copioso almuerzo en Denny’s desayunaré aún más sabrosamente un menudo riquísimo en el Viena, antiguo y tradicional café de mi ciudad, o unos tacos espléndidos de Los Pioneros, capaces de hacer que un monje cartujo caiga en pecado de gula.
Y para sustituir a la pulga de Mac Allen tengo a la Lagunilla y a mis amigos anticuarios de aquí, allá y acullá, que me avisan cuando tienen algo que piensan que me gustará.
No pierdo mucho entonces, cuando me pierdo de ir al país vecino. Tengo el resto del mundo para mí. Y tengo -mejor aún- mi vieja casa en el Potrero de Ábrego, esa anticipación del paraíso. Siga, pues, Trump con sus bravatas, mentiras y amenazas. Los únicos que saldrán perdiendo serán sus conciudadanos. Ah, y también el mundo.
Doña Macalota estaba hablando acerca de don Chinguetas, su marido. Dijo: “Cuando nos casamos tenía cuello de atleta; bíceps de atleta; torso de atleta. Ahora lo único que le queda de atleta es el pie”...
Un conocido político viajaba en jet y entabló conversación con su vecino de asiento. Éste, que lo conocía de oídas, le dijo: “Según los periódicos es usted muy indeciso. ¿Es cierto?”. En eso llegó la azafata y le preguntó al político: “¿Quiere usted café o té?”. El hombre ponderó la cuestión y pidió luego: “Mitad y mitad”...
Picio, hombre feo de solemnidad, invitó a Dulciflor a tomar una copa. La muchacha, que era de naturaleza compasiva, aceptó la invitación para no herir los sentimientos del endriago, pero a fin de no dar lugar a equívocos invitó a su vez a una amiga suya.
Dulciflor y Picio pidieron sendas margaritas, y la otra chica pidió un vampiro. Cuando el mesero regresó con las bebidas le preguntó a la amiga de Dulciflor: “¿Usted es la del vampiro?”. “No -respondió la interrogada-. Él viene con mi amiga”...
Llovía copiosamente. La esposa de don Languidio Pitocáido le sugirió: “Saca esa cosa por la ventana. He leído que con la lluvia todo cobra vida”. FIN.
mirador
armando fuentes aguirre
La anciana dice:
-Tengo frío.
Vive en un tejabán hecho de láminas y tablas. Vive sola: su marido murió hace tanto tiempo que ya ni lo recuerda, y sus hijos se fueron quién sabe a dónde, pues nunca regresaron ya. Está sola, por tanto. Sola en la vida y sola en los recuerdos.
Dice la anciana:
-Tengo frío.
¿Cuál es su edad? Ni ella misma lo sabe. Puede ser que tenga 80 años, o 90. Aunque igual puede tener 60. La pobreza envejece, y la soledad envejece más aún. Pero es anciana. Muy anciana. Todo el cuerpo le duele, y toda el alma.
La anciana dice:
-Tengo frío.
¿A quién se lo dice? A nadie. No tiene nadie a quien decírselo. Pero en voz alta dice: “Tengo frío”. Se lo dice al mundo, quizás, o se lo dice a Dios. Pero ni Dios ni el mundo la oyen. Y la anciana tiene frío. Mucho frío.
¡Hasta mañana!...
manganitas
por afa
“...El nuevo aeropuerto de la Ciudad de México va, dijo Meade...”.
De su dicho me enteré,
y está muy en su lugar.
Sólo falta preguntar:
el aeropuerto va ¿a qué?