Don Primo Segundo Tercero IV, pilar de la comunidad, fue llevado ante un juez. Seis de sus vecinas lo acusaban de haberles hecho proposiciones indebidas de carácter erótico-sexual, y la misma acusación le hacían las siguientes damas: su taquimecanógrafa, su pedicura, su maestra de yoga, su profesora de alemán, su comadre Burcelaga y la mesera que lo atendía en el café.
El juez, que conocía bien al acusado, le preguntó con extrañeza: “Pero, señor don Primo: usted es persona seria; ciudadano respetuoso de la ley y al corriente en el pago de sus contribuciones; ejemplar feligrés de su parroquia; socio distinguido de la Cámara de Comercio y Presidente honorario del Casino.
¿Por qué incurrió usted en esos actos que lo mismo faltan a la ley que a la moral?”. Respondió el pilar de la comunidad: “Es que empecé a escribir mis memorias, señor juez, y me di cuenta de que mi vida era muy aburrida”...
Doña Macalota le dijo a su esposo don Chinguetas: “La comida de hoy salió un poco quemada”. “¡Caramba! -se preocupó él-. ¡No me digas que se incendió el negocio de comida para llevar!”...
Pimp y Nela son algo singular. Se conocieron en un cabaret arrabalero, y ahí formaron una pareja de tango que llevaba por nombre “La pebeta y el zorzal”. Sin embargo Nela parecía tener dos pies izquierdos, de modo que estaba muy lejos de ser una Ginger Rogers.
Continuamente caía al suelo en el curso de la danza, o tropezaba con su pareja, y eso causaba la hilaridad del público. El empresario les sugirió crear un dueto cómico, pero Pimp era hombre serio, y se negó.
En su lugar le propuso a Nela que se dedicaran a otro menester: ella comerciaría con su cuerpo y él sería su administrador. Debo reconocer que el desempeño de esos dos oficios -el de daifa y el de chulo- es considerablemente más interesante que el de tenedor de libros o maestra de Español en secundaria.
Cierto día, por ejemplo, un fornido mocetón venido del campo solicitó los servicios de Nela. A ella le gustó mucho el mancebo, no sólo por la bucólica ingenuidad que mostraba, sino también por otras cualidades que no mostraba pero que Nela pudo adivinar por su experiencia en el trato con varones.
El muchacho le preguntó: “¿Cuánto cobra usted, señorita?”. Respondió ella expeditivamente: “Mil pesos”. “Qué lástima -se contristó el lacertoso gañán-. Sólo traigo 900. ¿Me puede hacer una rebaja?”. “Tendré que consultarlo con mi socio” -replicó Nela.
Fue, en efecto, con Pimp y le dijo: “Al chico le faltan 100 pesos. ¿Puedo hacerle una rebajita?”. “No -replicó el chulo-. Nuestro sistema es de precios fijos”. “Entonces -arriesgó Nela, que ardía en deseo por el mozo- ¿puedo prestarle los 100 pesos?”...
La población de la República Mexicana sobrepasa por mucho los 100 millones de habitantes. Pues bien: ni siquiera ese profuso gentillal será suficiente para completar el número de firmas que los aspirantes a candidatos independientes a la Presidencia deben reunir a fin de obtener el registro de su candidatura.
Pasan de 30 los que están en la lista de espera. Desde luego en su inmensa mayoría son ilustres personajes a quienes nadie conoce aparte quizá de su señora madre. Sólo tres o cuatro figuran con legítimo derecho en ese dilatado elenco.
Alguien dirá que el elevado número de precandidatos es evidencia de vida democrática, de participación ciudadana, de interés cívico, etcétera. Por mi parte yo creo que el hecho de que haya tal cantidad de aspirantes a la Presidencia de la República será en el extranjero motivo de chacota, chunga, chufletas, chanzas y choteos, y hará pensar a muchos que México es país muy poco serio, y que aquí no hay más seriedad que la que se mira en los retratos de don Benito Juárez. FIN.
mirador
armando fuentes aguirre
Variaciones opus 33 sobre el tema de Don Juan.
Doña Inés se le aparece en sueños a Don Juan.
No lleva su hábito blanco de novicia: en el sueño se le presenta hermosamente desnuda, tal como la miró la noche en que fue suya por primera vez. Sus largos cabellos rubios ocultan la blancura de sus senos, y ella cubre con las manos la dorada mies que nadie nunca ha visto.
Al verla así, tan bella, tan blanca, tan inocente, Don Juan llora la culpa de haberla seducido. La espina del remordimiento lo despierta, y su almohada está mojada por las lágrimas. No puede ya dormir. El resto de la noche lo pasa en oración o leyendo la Imitación de Cristo.
Una noche doña Inés se le apareció de nuevo. Esa vez sus cabellos no le cubrían los senos, ni ella escondía su gala de mujer. Una suave sonrisa iluminaba sus ojos y su tez. Le dijo a Don Juan:
-No llores más al verme. Aquella noche fue la más feliz de mi vida.
Lloró otra vez Don Juan, pero ahora de alegría. Supo que el amor de doña Inés llegaba más allá de la muerte. Hasta allá llega el verdadero amor.
¡Hasta mañana!...