Por Catón
Columna: De política y cosas peores
De política y cosas peores
2017-05-07 | 09:33:31
Entregada en cuerpo y alma

“Deberías dejar esa vida desordenada que llevas y buscarte una esposa”. Con esas palabras amonestó Placidio, hombre casado, metódico y ordenado, a su hermano Copelio, un tipo calavera y tarambana. Respondió el viva la virgen: “Una existencia como la tuya no es para mí. En una ocasión dejé por un tiempo el vino y las mujeres. Fueron las dos horas más espantosas que he pasado en mi vida”.
Harlota, mujer perteneciente a la vida que algunos llaman “fácil” pero que es en verdad la más difícil, fue a consultar al doctor Ken Hosanna, pues se sentía débil, fatigada. Después de un breve examen le indicó el facultativo: “Quédese fuera de la cama una semana”.
El dinosaurio macho buscó a su hembra con evidentes intenciones de erotismo. Ella lo rechazó: “Hoy no, querido. Estoy en mis siglos”.
Nalgarina Grandchichier, vedette de moda, le dio la buena noticia a una amiga: pronto se iba a casar. “¡Fantástico! -se alegró sinceramente la otra-. Y dime: ¿quién es el afortunado?”. “Tú lo conoces -respondió Nalgarina-. Es don Añilio Calendárico”. “¿Don Añilio? -se asombró la amiga-. ¡Pero si tiene edad suficiente para ser tu abuelo!”. “Sí -admitió la Grandchichier-. Pero también tiene dinero suficiente para ser mi esposo”.
La mujer de Libidiano, hombre salaz y lúbrico, le contó a su comadre: “Estoy desolada. Encontré un liguero de encaje negro en el asiento de atrás del coche de mi marido”. “¡Es mío!” -reclamó de inmediato la comadre.
En Hediondilla de Abajo, pueblo alejado de la civilización -de eso presumían sus habitantes-, hubo una inundación muy grande que acabó con los sembrados y derribó un buen número de casas. Los notables de la comunidad -el alcalde, el cura, el boticario, el maestro, el médico, el notario- se reunieron para formar un comité de ayuda a los damnificados, comité que se encargaría de conseguir fondos municipales, estatales y de la federación para hacer frente a los daños causados por el desastre. Tomó la palabra el alcalde y dijo: “Propongo para que presida el comité a mi compadre Pasterio, el boticario”. “¡Ah no! -se opuso de inmediato el profesor-. ¡Ése ya robó en la inundación pasada!”.
El famoso Gurú Mino iba a dar una conferencia en la ciudad. Don Sinople era devoto admirador de ese gran hombre, santo y sabio al mismo tiempo, de modo que compró boleto de primera fila para la ocasión. Llegó al salón ataviado con su mejor traje y ocupó su asiento. Mucho se sorprendió ver que a su lado estaba un astroso mendigo vestido con harapos, y más creció su asombro cuando al llegar el Gurú Mino lo primero que hizo fue ir hacia el pordiosero y decirle unas palabras al oído. Se emocionó don Sinople al ver la solicitud que el Gurú mostraba por los pobres, y pensó que él también podía tener la fortuna de que el sabio le dijera algunas palabras. Le propuso al indigente: “Te doy mil pesos si me cambias tu ropa por la mía”. El hombre aceptó sin dudar, y en el baño hicieron el cambio. Al terminar la conferencia don Sinople se colocó de modo que el Gurú Mino lo viera. Lo vio, en efecto, y de inmediato fue hacia él. Se le acercó y le habló al oído: “¿No te dije que te fueras a la chingada?”.
Gerinelda, mujer soltera que pasaba ya de los 40 abriles pero que tenía aún partes muy aprovechables, fue a confesarse con don Arsilio, el cura párroco del pueblo. Le dijo: “Acúsome, padre, de que estoy entregada en cuerpo y alma al Señor”. “Eso no es pecado, hija mía -la tranquilizó el buen sacerdote-, antes bien constituye gran virtud y devoción muy grande el hecho de que estés entregada en cuerpo y alma al Señor”. “¿Al de la tienda?” -inquirió tímidamente Gerinelda. FIN.

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