Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
Una vergüenza para la raza humana
2016-12-22 | 09:13:27
“La relación sexual con mi marido -declaró doña Paciana en la merienda de los jueves- es como la Navidad”. “¿Amorosa y cálida?” -preguntó una de las señoras. “No -precisó doña Paciana-. Una vez al año”... Babalucas era mesero en “El optimismo de Leopardi”, conocido restorán. Cierto día un cliente le reclamó: “En mi sopa hay varias monedas de 10, 20 y 50 centavos”. Replicó el badulaque: “Usted me dijo ayer que no regresaría aquí a menos que viera cambio en la comida”... Don Chinguetas es muy conservador. No le gusta que las mujeres usen pantalones. Opina: “Con pantalón unas se ven masculinas y otras se ven masculonas”... El niñito le preguntó a su padre: “¿Eres astronauta?”. “No, hijito -respondió el señor, halagado-. ¿Por qué piensas que soy astronauta?”. Explicó el pequeñín: “Porque oí a mi mamá que le dijo al vecino del 14: ‘No te preocupes. Mi esposo no se da cuenta de nada. Siempre anda en la Luna’”... Frank Sinatra tuvo talentos multiformes. Fue gran cantante, claro, pero brilló también como actor, y ganó un Oscar por su actuación en la película “De aquí a la eternidad”. Su fama de extraordinario amante es legendaria: entre sus esposas (sin contar las ajenas) estuvieron Mia Farrow y Ava Gardner. Recuerdo una bella frase suya. La pronunció en ocasión de la muerte de otro artista igualmente grande: Louis Armstrong. Dijo de él: “Fue un orgullo para su raza”. (Armstrong era negro). Y añadió en seguida: “La raza humana”. Pues bien: Donald Trump es una vergüenza para esa misma raza, la humana. Y es una vergüenza para los Estados Unidos que un hombre así sea su Presidente. He aquí que una nación que muchas veces ha dado al mundo lecciones de libertad y de justicia eligió como su líder a un individuo cuya soberbia es sólo comparable a su ignorancia, y que predica el odio, la discriminación, la intolerancia y todo aquello a que se opusieron los fundadores de ese país y los autores de sus principios constitucionales. Todo se ha consumado. El triunfo de ese individuo fue confirmado por el órgano electoral, y lo que parecía un mal sueño es ahora realidad. Reitero mi promesa de no pisar suelo norteamericano mientras Trump sea presidente. A mi edad eso equivale a prometer que no volveré ya nunca a ese país al que por tantos conceptos admiro, en el cual tengo muchos afectos y del que guardo recuerdos entrañables. Pero ese mal hombre injurió a México y a los mexicanos, y nos amenaza en forma intolerable. Dejar de ir a Estados Unidos fue la única manera que encontré de mostrar mi indignación por eso. Trump es sembrador de miedos en vez de ser sembrador de esperanzas. Muy lejos está de ser un estadista, y muy cerca de ser un fascista que perseguirá a quienes no sean o no piensen como él. México es un país demasiado grande -en todos los sentidos- como para ser traspatio de ninguno. Enfrentemos a ese mal hombre con dignidad y oponiéndo
le la fortaleza que en otras ocasiones ha mostrado nuestro país ante sus enemigos. Los Estados Unidos no es enemigo de México, pero sí lo es su presidente. Tratémoslo de igual a igual, y no como súbdito ante su señor. En el trato con un hombre indigno lo que más sirve es la dignidad. ¡Uta, columnista! Esta última frase tuya, si bien no merece -como la de Sinatra- grabarse en bronce eterno o mármol duradero, sí puede inscribirse por lo menos en plastilina verde. Estamos tan impresionados que para aligerar el ánimo necesitamos leer uno de tus inanes chascarrillos. Nárralo y luego haz un discreto mutis. Don Cornulio le dijo a su mujer, doña Facilda: “Sé que todos los días a las 11 en punto llega aquí un hombre con el que tienes trato adulterino”. “Estás equivocado -negó doña Facilda-. No siempre es tan puntual”. FIN.


MIRADOR ›armando fuentes aguirre
Los artistas son casi siempre gente buena. A veces, sin embargo, los hombres de religión los llevan a hacer cosas no muy buenas. Los pintores, por ejemplo, fueron injustos con San José, santo tan venerable que es uno de los pocos cuyo nombre se antecede siempre con el título de señor. Decimos: “Señor San José”. (También decimos: “Señora Santa Ana”; “Señor San Joaquín”; “Señor San Francisco”.). A San José lo pintaban siempre como un anciano a cuyo lado la Virgen parecía su hija, o aun su nieta. Querían evitar toda sospecha de que tenía con ella trato de esposo. Y en los cuadros de la Natividad lo ponían siempre atrás, oculto en un rincón, como negando la idea de la paternidad humana frente al prodigio de la paternidad divina. Estoy seguro de que San José jamás ha protestado por eso. Es el santo de la humildad. Por eso mereció estar en los altares, y por su aceptación del misterio. También él dijo: “He aquí el esclavo del Señor”. En mi nacimiento yo pongo a San José al lado de la Virgen. Ojalá él, buen padre, esté a mi lado cuando llegue la hora de mi otro nacimiento. ¡Hasta mañana!...
MANGANITAS ›por afa “Una señora es madre de 21 hijos”. Orgullosa por demás dijo el número citado y añadió: “Me han ayudado, claro, otros tantos papás”.

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