Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
Radical transformación
2016-01-25 | 09:58:47
“Una fuerte ola me arrancó las dos piezas del bikini”. Las amigas de Susiflor, linda muchacha, seguían con interés su relación. “Ahí estaba yo -prosiguió ella-, desnuda, a 50 metros de mi bungalow y con la playa llena de gente”. “¡Qué barbaridad! -exclamó una-. Y ¿qué hiciste?”. “¿Qué podía hacer? -dijo Susiflor-. Salí del agua y me fui corriendo al bungalow”. Dijo una: “Desde luego te cubriste lo que una dama debe cubrirse”. “Claro que sí -contestó ella-. Me cubrí la cara”. Don Crésido, rico señor pilar de su comunidad, cumplió 80 años. Con motivo del fausto acontecimiento un reportero fue a entrevistarlo. Le preguntó: “¿A qué atribuye usted haber llegado a esa edad?”. “A la metódica vida que he llevado siempre -respondió el dineroso caballero-. Nunca he bebido, y me he apartado siempre de los placeres lúbricos”. En eso se oyeron ruidos en la habitación vecina. El entrevistador se inquietó: “¿Qué es eso?”. “No se preocupe -lo tranquilizó don Crésido-. Es mi papá, que todas las noches llega borracho y con mujeres”. Simpliciano, candoroso joven, estaba en su coche con una linda y desenvuelta chica llamada Pirulina. Pidió él tímidamente: “Piru: ¿podrías darme una cucharita de amor?”. “Con qué poco te conformas -replicó ella-. Vámonos al asiento de atrás y te daré una pala”. La desaparición de ese vetusto y esfumado ente llamado el Distrito Federal, y el nacimiento de la nueva entidad nombrada Ciudad de México son acontecimientos que bien merecen el calificativo de históricos. Por ahora el debate de la cuestión se centra en determinar el gentilicio que usarán quienes habitan esa megalópolis -¿megalopolitanos?-, pero es obvio que la radical transformación legislativa causará efectos de todo orden, especialmente jurídicos y de política. Uno veremos de inmediato: el aumento de la burocracia, ya de por sí profusa, que gobernará y administrará la flamante creación. La antigua estructura del DF terminó por ser caduca y obsoleta, dicho sea sin ánimo de ofender a la antigua estructura. Era inequitativo que los millones de mexicanos que antes se llamaban defeños o chilangos, y que ahora quién sabe cómo se llamarán, no gozaran de una libertad y una soberanía como las que tienen -aunque sea de mentiritas- los estados de la Federación. El cambio ciertamente será costoso, pero no podía detenerse. Más política -o politiquería- habrá, y más burocratización, con motivo del nacimiento de la Ciudad de México, pero la urbe tendrá una nueva configuración acorde no sólo con su tamaño y número de habitantes, sino también con su historia y con su porvenir. Se quejó el cliente: “Hay un pelo en mi sopa”. Dijo el mesero: “No es rubio ¿verdad? Porque la Güera no vino hoy”. Pimp y Nela formaban una pareja singular. Él era gigoló, para decirlo en elegantizada forma, y ella era su pupila. El paso de los años había hecho que Pimp no fuera ya el macho alfa que en un tiempo fue. Ahora andaba, si no en la omega, sí por lo menos en la ómicron. A pesar de eso Nela seguía enamorada de su galán. Él, conforme a la tradición de su bajuno oficio, la trataba con despego y arrogancia, como hacía el Pichi con sus mujeres en “Las Leandras”, joya del espectáculo moderno. Un día Nela le dijo a Pimp para mostrarle su enamoramiento: “¡Me traes hecha una pendeja!”. “No es cierto -se defendió él-. Ya venías así cuando te conocí”. El médico examinó a Empédocles, el borra
chín del pueblo, y le dijo: “Si dejaras de beber te sentirías 10 años menor”. “Gracias, doc-replicó el catavinos-, pero cuando bebo me siento 20 años menor”. El padre Arsilio estaba celebrando la misa de bodas de una pareja de jóvenes sordomudos. Llegó el momento en que el novio debía ponerle el anillo a su desposada. Para indicarle tal cosa el buen sacerdote formó un círculo con los dedos índice y pulgar de su mano izquierda, y luego pasó por él una y otra vez el índice de la derecha. En seguida le hizo una seña interrogativa al muchacho, como preguntándole dónde estaba el anillo. Él respondió con otra seña. El padre Arsilio le preguntó al padrino del novio: “¿Qué dice?”. Explicó el intérprete: “Dice que eso lo hicieron ya hace tiempo”. FIN.

MIRADOR ›armando fuentes aguirre
La muerte de Juan Manuel Ley enlutó al beisbol mexicano. Ese gran empresario hizo mucho por el el rey de los deportes. El beisbol de México fue uno antes de “El Chino” Ley, y otro después. Yo conocí a don Juan Manuel, en Culiacán. Me invitó a presentar uno de mis libros en uno de sus supermercados. Para mí aquello fue una experiencia inédita. En medio de las mercaderías -las frutas y verduras; las telas; los aparatos electrodomésticos- hablé ante la numerosa clientela del local. Luego fui a sus oficinas, las de un hombre de trabajo que no se dejó marear nunca por el éxito. Conversamos frente a una taza de café. El tema de la charla no fueron sus negocios ni mis libros: fue el beisbol. Yo amo a ese deporte desde niño. En el viejo Estadio Saltillo vi las proezas de los Pericos, el equipo de casa: el Mocho Juárez, formidable pitcher de quien se contaba que se había amputado un dedo para poder lanzar cierta curva letal de su invención; el Cartucho Regalado, que alguna vez pegó un jonrón tan largo que no se supo dónde había caído la pelota. Meses después la halló un excursionista en la cumbre de la lejana Sierra de Zapalinamé. Hago llegar las expresiones de mi pena a la familia de don Juan Manuel. Su recuerdo estará siempre con nosotros. ¡Hasta mañana!... MANGANITAS ›por afa
“. na aplanadora pasó sobre una gallina.”. Con alegría singular se para la gallinita, y sacudiéndose grita: “¡Eso se llama pisar!”.

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