Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Desdén por la ley
2014-02-27 | 08:57:07
Los recién casados recibieron como regalo de bodas un perico. La primera noche en su casa la juvenil pareja empezó en la alcoba a abrazarse y a besarse con apasionado amor. El lorito no les quitaba la vista de encima. Nerviosa por aquella vigilancia la flamante esposa cubrió la jaula con una toalla y amenazó al cotorro: “¡Si te asomas te llevaré al zoológico y te dejaré ahí!”.

Dicho lo anterior los desposados trajeron a la recámara la maleta en que traían sus cosas. Pero no la podían abrir. Le dijo el muchacho a la chica: “Ponte arriba, mi amor”. “No pidió ella-. Súbete tú”. Sugirió el muchacho: “Probemos los dos arriba”. Al oír eso el perico asomó la cabeza y dijo: “¡Zoológico o no zoológico, esto no me lo pierdo!”...

El barco de crucero chocó con un iceberg y empezó a hundirse. Ordenó el capitán: “Que los pasajeros suban de inmediato a los botes salvavidas’’. Poco después llegó el oficial comisionado y le informó: “Ya todos abandonaron el barco, señor, menos un inglés, un francés, un alemán, un cubano, un norteamericano y un mexicano.

No los puedo convencer de que suban a los botes’’. “Hágase cargo del timón -ordenó el capitán-. Veré qué puedo hacer’’. A los 5 minutos regresó. Le dijo a su asistente: “Ya todos subieron a los botes y salieron del barco’’. Exclamó el otro, admirado: “¿Cómo los convenció, señor?’’. Explicó el capitán: “Usé la psicología aplicable a cada uno.

Al inglés le dije que subir al bote era de buena educación. Al francés le dije que ir en bote era muy chic. Al alemán le dije que era una orden. Al cubano le dije que salvarse era una acción antiimperialista. Al norteamericano le dije que el pasaje incluía un seguro’’. Preguntó el oficial: “Y ¿cómo hizo con el mexicano? Era el que con mayor obstinación se negaba a subir al bote’’. “Fue el más fácil de todos -responde el capitán-. Le dije que subir estaba prohibido’’.

Este cuentecillo ilustra el desdén que en mayor o menor medida los mexicanos sentimos por la ley, y el desparpajo con que nos apartamos de ella. El respeto a la legalidad no forma parte de nuestros usos y costumbres, y lo mismo ignoramos las señales de tránsito que las disposiciones constitucionales.

Quien detenta autoridad, ya sea un simple gendarme o un funcionario poderoso, se siente absoluto, es decir absuelto de cumplir la ley, y los ordenamientos que lo obligan se los pasa por abajo de no voy a decir dónde. Se instaura así un ámbito de inseguridad, pues nadie está seguro si las leyes no se cumplen.

Donde hay derecho hay sociedad, decían los romanos, esos grandes creadores de sistemas normativos. Yo, modestamente, completo su aseveración y digo que ahí donde el derecho no se cumple cabalmente la sociedad vacila y se tambalea. Sobre todo se tambalea.

México no será un estado derecho mientras no sea plenamente un estado de derecho. Lamentable juego de palabras, columnista. ¿Con esas inanes logomaquias cumples acaso tu deber de orientar a la república? Ea, déjate de vacuidades y vuelve a tu usual mester de juglaría. Vestido no con la toga del magister, sino con el llano ropaje de lo popular, narra algunas historietas lenes que nos alivien la gravedumbre de tus lucubraciones...

Las tías de Dulciflor, muchacha en edad de merecer, pero que aún no merecía, le preguntaban siempre en las bodas con sonrisa aviesa: “¿Y tú cuándo, sobrina?”. Se les quitó esa ingrata costumbre cuando en los velorios Dulciflor empezó a preguntarles: “¿Y tú cuándo, tía?”...

Entró en la taberna un pirata de feroz aspecto. Lucía una gran barba roja, un parche le cubría un ojo, caminaba apoyándose en una pata de palo, y en vez de mano derecha tenía un agudo gancho de metal. Se dirigió al baño de la taberna. Pasó un rato. De pronto se escuchó un horrible ululato de dolor.

Ante el espanto de la concurrencia el pirata salió del baño dando grandes saltos y pegando lastimeros alaridos. “¿Qué le pasó, señor pirata?’’ -le preguntó, asustado, el tabernero. Gimió el pirata: “¡Apenas ayer me pusieron este maldito gancho, y se me olvidó que lo traía!’’...

Frente su mamá el pequeñito le pidió a la linda mucama: “Cárgame, Famulina”. “¡Ah, no! -protestó la muchacha-. Ya estás muy grande como para llevarte encima. No puedo contigo”. El niñito se echó a llorar: “¡Y cómo a mi papi sí lo aguantas encima!”... FIN.



mirador

armando fuentes aguirre


En Campeche hay una estatua que tiene una canción, y una canción que tiene una estatua. La canción y la estatua se llaman “La novia del mar’’. Sentada en la playa una muchacha de bronce espera la llegada del pescador al que ama. El viento le agita los sueños y el cabello.

En Campeche está la imagen de un Cristo negro al que veneran los marinos. Dice la tradición que cada vez que alguien ha pretendido sacar al Cristo de su pequeño templo para llevarlo a otro mayor los brazos de la imagen se han alargado de tal modo que ha sido imposible hacer pasar la imagen por la puerta.

En Campeche se dan los mejores camarones de este mundo, y el pescado más fresco, comprado a la orilla del mar cuando todavía aletea el mar y cuando todavía aletea el pescado.

En Campeche hay recuerdos de piratas, de ricos hidalgos novohispanos, de mujeres apasionadas, frailes, encomenderos e indios.

Algo del viajero quedó en las murallas de Campeche. Y en las murallas del viajero quedó el recuerdo de esa ciudad cristiana y marinera que sabe a sol y a sal.

¡Hasta mañana!...



manganitas





por afa


“...Crece el desempleo. Hay 25 millones de mexicanos que no trabajan...’’.

Datos tan exagerados

nos hacen pegar un brinco.

¿De veras hay veinticinco

millones de diputados?

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