Por Catón
Columna: De política y cosas peores
2013-01-31 | 20:33:11
El odontólogo estaba en trance de fornicio con una lindísima paciente, y en ese momento irrumpió en el consultorio su mujer. Al día siguiente el periódico local publicó la noticia: “Dentista sorprendido por su esposa cuando llenaba la cavidad equivocada”… Al terminar la comida don Chinguetas encendió un cigarrillo y le dio una ávida fumada. “¡Primero de febrero al fin! –dijo muy contento-. ¡Creo que mi propósito de Año Nuevo ya duró lo suficiente!”… Babalucas se dispuso a gozar los deliquios de amor con Pirulina. Ella le musitó al oído: “¿No vas a usar alguna protección?”. Fue el badulaque y se puso su casco de futbol americano… Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, le dijo a su mujer: “Creo que nunca podré olvidar el día en que te conocí”. “¡Ay!” –se emocionó ella, conmovida. “Pero seguiré intentándolo” –remató el canalla… Tres excursionistas se vieron precisados a pernoctar en una cabaña que tenía una sola cama. Al día siguiente dos de ellos amanecieron con sus partes de varón adoloridas. El que había dormido en medio les comentó: “Tuve un extraño sueño. Toda la noche soñé que estaba esquiando”… “No manches”, dicen los muchachos. Y no lo dicen por mala educación, sino por buena: la frase es eufemismo para disimular otra expresión más ruda: “No mames”. Tampoco ésta dicción es en verdad tan fuerte: la palabra “mamón” designa a aquel que aún está mamando la leche materna. Al pedirle a alguien que no mame se le está exhortando a no ser tan bobalicón o simple como un crío en lactancia todavía. Sucede, sin embargo, que esas palabras son equívocas, por su connotación sexual, y entonces se disfrazan recurriendo al circunloquio supradicho: “No manches”. Lo usó con tino López Obrador al referirse al dictamen de la Comisión Fiscalizadora del Instituto Federal Electoral según el cual AMLO fue el único candidato a la Presidencia que se excedió en sus gastos de campaña. Tal dictamen se antojó tan dudoso, extravagante, inverosímil, disparatado, absurdo, exótico, increíble, improbable y peregrino (no necesariamente en ese orden) que dio lugar no solo a desatadas críticas, sino también a gran copia de chocarrerías, entre ellas la de López Obrador: “No manchen”. Quizá por eso el IFE reculó. Eso se oye muy feo. Diré mejor: ció. Eso nadie lo entenderá, ni yo. Diré más bien: se patraseó. Eso parece vulgarismo. Diré entonces: dio marcha atrás, retrocedió. Acordaron los consejeros, en efecto -y acordaron bien-, postergar una semana el debate sobre la eventual multa al Movimiento Progresista. Esperemos que tal aplazamiento favorezca los criterios de legalidad, equidad e imparcialidad que deben presidir las decisiones de ese Instituto tan cuestionado y puesto en solfa últimamente… Sonó el timbre de la puerta, y la señora de la casa abrió. Quien llamaba era un compadre de su esposo. “Mi marido no está” –le informó al hombre. “Ya lo sé, comadrita –dijo el tipo-. Precisamente esperé a que se marchara. Es con usted con la que quiero hablar”. Ella, extrañada pero curiosa, lo invitó a pasar. En la sala le dijo el visitante, sin preámbulos: “Comadre: usted me gusta mucho. Le ofrezco 10 mil dólares si me deja gozar de sus encantos”. “¡Compadre! –exclamó ella-. ¡Es usted un grosero, un insolente, un atrevido! Los 10 mil dólares ¿serían en efectivo o en cheque?”. “Como usted quiera, comadrita –replicó el oferente- Se los puedo dar también en pagarés, letras de cambio, IOUs, cheques de viajero, títulos de la renta pública, acciones quirografarias o Bonos del Ahorro Nacional”. La mujer empezó a aducir la fe que a su marido había jurado al desposarlo; su virtud y decencia de casada; su nunca mancillado honor, pero mientras así moralizaba iba pensando en todo lo que podría comprarse con aquella cantidad. Suspiró entonces y dijo: “Que sea en efectivo, compadre, si me hace usted favor”. Fueron a la alcoba, pues, y ahí empezó a tener efecto aquella irregular concertación. El compadre, mientras se refocilaba cumplidamente, decía una y otra vez: “¡Dios mío! ¡Dios mío!”. Eso llamó mucho la atención de la señora, pues su marido lo único que solía decir en tales ocasiones era: “¡Mpf! ¡Mpf!”. Le preguntó al ilícito amador: “¿Por qué invoca usted, compadre, al Supremo Hacedor?”. Sin responder a la pregunta repitió el sujeto: “¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿De dónde voy a sacar los 10 mil dólares?”… FIN.

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